Como he contado varias veces en diferentes lugares, creé la primera versión de Drímar a principios de los años ochenta, siendo un adolescente delgaducho de pelo largo, chaleco vaquero, botas camperas y gafitas redondas a lo Lennon que, en el entorno del colegio de los jesuitas de Gijón, parecía bastante fuera de lugar. En algunos aspectos, no lo estaba tanto y me las apañé para hacer un puñado de amigos y más o menos integrarme en aquel ambiente, aunque fuese en calidad de «bicho raro». En otros aspectos sí que lo estaba, aunque es cierto que en aquella época lo habría estado en cualquier sitio.

Como buen adolescente, lo magnificaba todo, tanto lo bueno como, especialmente, lo malo. Visto hoy con la distancia que dan los años hubo bastante más de lo primero que lo segundo. Y en realidad lo segundo no fue culpa de nadie… bueno, quizá de mi torpeza social, que tendía a manifestarse de forma extrema en todo lo que tuviese que ver con atraer la atención de las personas por las que me sentía atraído. De hecho, no es algo que haya mejorado mucho con los años, pero al menos he aprendido a dejarme llevar en ciertas situaciones y he tenido la suerte de dar con gente que me lo puso fácil.

Pero a lo que íbamos. A los diecisiete años decidí que había llegado el momento de contar mi vida. Claro, porque había vivido tanto y había pasado por tantas cosas…. Ayyy. Como sea me embarqué en una novela autobiográfica en la que mezclaba cosas que habían ocurrido con otras que me habría gustado que hubiesen ocurrido y otras que temía que pudiesen llegar a ocurrir. Fueron unas doscientas páginas de basura autocomplaciente en las que intentaba imitar (sin demasiada fortuna) el estilo de Gabriel García Márquez en El otoño del partriarca.

Lo único bueno que salió de allí fue el nombre de Drímar. Y digo «el nombre» porque la idea original como lugar semionírico en el que fantasear sobre mi vida no tardó en irse por el desagüe. Lo creé partiendo de una de las canciones del que era mi grupo favorito por aquel entonces, Supertramp. Se llamaba «Dreamer» y cambié ligeramente su pronunciación y castellanicé su ortografía. Que usase la raíz «dream» (sueño) tenía todo el sentido del mundo, vista su función original.

Creo que no volví a usar el nombre hasta un par de años después de haber terminado el bachiller. Era un relato titulado «Después del pasado» de ambientación postapocalíptica y sabor a western de Leone… bueno, o esa era la idea. A saber cómo sería el resultado.

Años después escribiría una novela ambientada en ese escenario y reutilizaría el título de Después del pasado, aunque la relación con el relato, aparte del entorno y un par de personajes, era escasa. Supongo que me gustaba cómo sonaba el título. Estuvo a punto de ser mi primera novela publicada, en concreto en el fanzine Maser de Juanjo Parera. Por desgracia (o quién sabe si por suerte), Juanjo decidió cerrar el fanzine justo en el número anterior al que iba a contener mi novela. Fue la primera vez que el deseo de publicarme y el fin de un proyecto editorial coincidieron temporalmente… pero no sería la última.

En cuanto al relato, se ha perdido. En aquella época mi primer ordenador estaba a unos cuatro o cinco años de distancia en el futuro y escribía a mano y luego lo pasaba «a limpio» con una Olivetti portátil que tenía desde los trece años y que lo resistía todo, la pobre, porque mira que la trataba mal. Así que, salvo que en alguna ignota caja en casa de mis padres surja de pronto una fotocopia del relato (o incluso el original), este ha desaparecido por completo. Recuerdo bastante bien su argumento y no era nada del otro mundo, pero me gustó la idea de la sociedad caída en la barbarie y todo eso y seguí escribiendo relatos ambientados en el mismo escenario para el que, por pura pereza y comodidad, decidí reutilizar el nombre de Drímar.

Me planteé un colapso de la civilización a finales del siglo XX seguido de una época salvaje y fronteriza que, en buena medida, vivía de despedazar lo poco que quedaba del mundo antiguo y reaprovecharlo. Vamos, un Mad Max en toda regla. En ese ambiente introduje un personaje que, con el tiempo, aglutinaría a su alrededor un grupo de personas que se habrían fuertes en la antigua Escuela de Ingeniería de la ciudad de Drímar.

¿Y qué era Drímar en aquel momento? Pues una curiosa mezcla de diversos elementos tomados de dos ciudades: Gijón, en la que vivía desde los 10 años, y Oviedo, en la que había empezado hacía algún tiempo la carrera de Filología Inglesa (que no llegué a terminar, pero eso es otra historia). Así, la supuesta Escuela de Ingeniería de Drímar estaba en la parte de baja de lo que, cualquiera que conociese Gijón, reconocería como el Cerro de Santa Catalina, pero en su aspecto y distribución resultaba idéntica a lo que en aquellos años era la Facultad de Filología de la Universidad de Oviedo, situada cerca de la Catedral. Años después, cuando se creó el Campus del Milán, creo que siguieron usando el edificio los estudiantes de psicología. En cualquier caso, no tiene pérdida: está por detrás de la catedral y tiene un amplio patio cuadrado en el que hay una estatua de Feijoo (no, no el líder de ese partido político, sino el Ilustrado).

Así que Drímar tomó forma como una mezcla de las dos ciudades en las que más tiempo pasaba . De hecho, en cierto momento (en una novela corta que escribí años después) me inventé un supuesto nombre latino, Gigia Drimaris, como explicación del nombre de la ciudad. También decidí que el colapso de finales del siglo XX iba a tener lugar en 1992; básicamente porque me hacía gracia que justo ese año, que según nuestros políticos iba a poner a España como un país importante en el mapamundi, se acabase todo y no hubiera ni Olimpiadas en Barcelona ni Expo en Sevilla. Ya lo decía Serrat: «que llegamos siempre tarde donde nunca pasa nada»; así que poner el colapso en el supuesto año del triunfo me pareció deliciosamente irónico.

Con lo cual creé una ucronía, claro, una suerte de historia alternativa. Lo que, aunque en aquel momento no lo supe, me vino de perlas narrativamente. Hice que el periodo de salvajismo y frontera durase unas setecientos años durante los cuales la sociedad fue recuperando paulatinamente el nivel social y tecnológico del siglo XX… pero no de la misma manera. Según me conviniese, en algunas cosas, ese mundo reconstruido podía estar más avanzado, menos o igual. O podía hacer convivir tribus cuasi paleolíticas en el este de Europa con una civilización avanzada más al oeste. O… bueno, lo que me diese la gana.

Un día escribí un relato sobre el explorador de un planeta extraño. ¿Podía encajar eso en Drímar?

Lo pensé un poco. Unos años atrás había empezado a escribir una pequeña cronología de Drímar, no demasiado detallada, que me servía de guía para los relatos, y que solía ampliar cuando escribía uno nuevo que empujaba el escenario algo más adelante. Me dije que, ya que la sociedad se había recuperado, el paso siguiente era reiniciar la exploración del espacio local y, con el tiempo, salir del sistema solar.

Así que encajé aquel relato, «La carretera», en Drímar sin ningún problema… bueno, uno. Hacer avanzar de ese modo los acontecimientos hizo crecer el escenario de un modo tremendo y a partir de ese momento, todas las historias que me planteé, fuesen de la longitud que fuesen ya se ambientaban en esa época de expansión galáctica y, sobre todo, en la posterior, en la que la Galaxia quedaba dividida en dos potencias es perpetuo estado de Guerra Fría.

Ese fue el estadio definitivo y final de Drímar y ahí empecé a escribir el mejor material que ambienté en ese escenario. Como mis novelas La sonrisa del gato y Jormungand o mis novelas cortas «Los celos de Dios», «Un jinete solitario» y «Este relámpago esta locura». De hecho, La sonrisa del gato fue mi primera novela publicada, allá por 1995, y el inicio de una carrera como autor que veintisiete años más tarde ha dado veintitrés novelas, dos libros de ensayo, ocho recopilaciones de relatos y un libro de poesía. Vamos, que he estado entretenido estos años.

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Se nota que estoy mayor, porque empecé este post para hablar de novedades referentes a Drímar y lo único que he hecho es rememorar y contar unas cuantas batallitas.

Así igual mejor lo dejo aquí, le pongo un (I) al título del post y preparo una segunda parte referida a las novedades, dejando esto como intro para aquellos que no supieran nada de Drímar. Que alguno habrá, seguro.

Aunque no me resisto a comentar algo… que no es estrictamente una novedad, pero que sí lo es.

A lo largo de mi vida han traducido parte de mi obra (sobre todo mi primera novela de Sherlock Holmes) a varios idiomas. Pero nunca he tenido nada traducido al asturiano, aparte de un artículo bastante tonto explicando cómo acotar los diálogos que me tradujo mi amigo José Luis Rendueles (aka «El Rendu») y consiguió colocar en el número 1 de la revista en asturiano esTandoriu allá por 2008. De hecho, apenas me han traducido a otras lenguas de España: aparte de ese artículo, está el prólogo que me encargó editorial Laertes para su edición de Conan en catalán y creo que no tengo nada más.

Bueno, si nadie lo remedia eso va a acabarse.

Si todo va bien, La sonrisa del gato saldrá publicada en asturiano en algún momento del futuro en la editorial Radagast. Así, mi primera novela en castellano será también mi primera novela en asturiano, lo cual me parece perfecto.

Espero que no sea la última.