Si no has leído los dos post previos de esta serie, quizá sería aconsejable que lo hicieras antes de seguir adelante:

Habréis visto al final del post anterior la nómina de autores de lo que va a ser Nornir. Pero antes de hablaros de elles, una pregunta: ¿no habíamos quedado en que Nornir era el título que le había dado al volumen donde agrupé el material de Drímar que no pude incluir en Yggdrasil? ¿Cómo ha acabado siendo el nombre de la antología compartida?

Hoc est simplicisimus, que dirían en mi pueblo si hablaran latín.

Jose Montejano no solo me propuso crear una antología compartida ambientada en Drímar, quiso que yo participase también con un relato nuevo. La idea me gustaba y lo intenté, pero no hubo manera. Para mí, Drímar era historia antigua y no encontraba nada que decir sobre ese escenario que no hubiese dicho ya… o que no estuvieran diciendo, y mucho mejor que yo, los nuevos relatos que nos iban llegando.

Por no mencionar que, a medida que pasa el tiempo, cada vez me cuesta más escribir relatos. Los últimos que conseguí acabar fueron, allá por 2016, «Zenobia y el rey» y «A Tale of No City».

Bueno, eso no es estrictamente cierto, ya que la que va ser mi segunda novela de Conan, escrita a principios de este 2022, se compone, en lo fundamental de relatos… o algo así, pero es una historia que ya contaré en otro momento.

But I digress, como dirían en mi pueblo si hablaran inglés.

Así que, tras consultarlo con Jose, decidimos incluir en el nuevo libro ese material mío que no había tenido cabida en Yggdrasil A partir de ahí, usar el título tenía todo el sentido del mundo.

Yggdrasil surgió de la idea de que, del mismo modo que el fresno sagrado comunica los nueve mundos, el libro interconectaba diversas historias, en apariencia independientes. No llegaron a ser nueve pero la analogía me seguía funcionando. Llamé provisionalmente Nornir al volumen donde había puesto el material que no encajaba en referencia a las nornas, que tejen el tapiz de la vida y el universo: una se ocupa del pasado, otra del presente y la tercera del futuro. El título, por tanto, era una referencia oblicua a que estas historias eran cabos sueltos en el tapiz tejido por las nornas.

Y ese mismo sentido podía aplicarse a la antología de relatos compartidos, ya que cada cuento era totalmente independiente (salvo un par de excepciones) y todos eran distintos en tono, intenciones y argumento. Así que Nornir encajaba perfectamente, de ahí que lo acabásemos usando.

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Y ahora sí. Vamos a lo que inicié hace un par de posts.

Nornir está organizado, lógicamente, de forma cronológica. De ahí que mis aportaciones estén, sobre todo, al principio del volumen, ya que los cuentos que se me habían quedado fuera de Yggdrasil eran de épocas tempranas en el desarrollo de Drímar.

He aquí los distintos relatos que contiene el libro:

  • «Cabos sueltos en el tapiz». Una suerte de prólogo escrito por mí en el que me da por ponerme poético y hablar de mitología nórdica como si de verdad supiese algo del tema.
  • «Un agujero por donde se cuela la lluvia». Yo de nuevo. Situar esta novela corta tan al inicio del volumen es un riesgo, ya que es, quizá mi texto más experimental y difícil, pero la cronología es como es, qué le vamos a hacer.
  • «Yo, Dios», de Amparo Montejano. Los que conozcáis «Los celos de Dios» tal vez recordéis al robot Bishop. Aquí asistimos a una visión entre bastidores de lo que hizo al escapar de su confinamiento y cómo se las apañó. Fue de los primeros relatos que recibí y confieso que no esperaba que se pudiera sacar tanto partido y tan bien a lo que, en mi novela corta original, era poco más de una frase. No había leído nada más de Amparo antes de este cuento, pero es algo a lo que prometo poner remedio en cuanto pueda.
  • «La carretera». Yo, de nuevo. Mi primer relato «espacial» de Drímar. Un hombre torturado recorre una carretera sin final en un mundo alienígena.
  • «El botón», de Gemma Solsona. Una delirante revisitación del escenario del cuento anterior. Mientras lo leía no sabía qué pensar y llegué a considerar la posibilidad de que la autora se hubiese vuelto loca al escribirlo. Locura maravillosa, de ser así. Como me pasó con Amparo, fue el primer relato que leí de Gemma, y no va a ser el último, de eso estoy seguro.
  • «La carretera, de nuevo», de Eduardo Vaquerizo. Donde Edu revisita, al mismo tiempo, mi relato y el de Gemma en una doble pirueta mortal de la que sale indemne con su habitual buen hacer. Esperaba un buen relato de Edu (hace ya mucho que nos conocemos), y no me ha decepcionado. El que además decidiera enhebrarlo con el de Gemma y el mío ha sido un estupendo extra.
  • «El alfabeto del carpintero». Yo de nuevo y por última vez. Esta novela corta es una especie de secuela de «La carretera».
  • «’Analizando Del Sgt. Pepper’s al Interregno. La música en los últimos años del siglo XX y un fragmento de novela inconclusa de Laoché Hernández’, por Álber Nicolás Álbrez», de Juanma Santiago. Cuando supe que Juanma había aceptado participar en la antología me pareció genial: siempre me han gustado sus relatos y siempre me ha parecido que se prodiga poco en ese terreno. Cuando recibí su cuento y vi el título me quedé perplejo. Luego empecé a leer y me pregunté qué demonios se estaba fumando Juanma mientras escribía; que me lo diga, por favor, que quiero un poco. El cuento es una ida de pinza delirante y espectacular que juega con los iconos de la música popular del pasado siglo, los enhebra en mis creaciones y consigue un cuento que está a punto de volarte la cabeza. Es, al mismo tiempo, pura psicodelia en estado puro y un sesudo ensayo sobre música popular.
  • «Aquilón», de Laura S. Maquilón. Laura revisita Tierra de Nadie y su Río de Viento y le saca un partido increíble a las tribus que viven en sus márgenes. Poético, duro y tierno al mismo tiempo, es una demostración (otra más, como si hicieran falta) de lo buena escritora que es Laura. Que además el relato aporte nuevas dimensiones al lugar que visita no tiene precio.
  • «Instrucciones para crear un superhombre», de Cristina Jurado. Otra vez alguien se asoma a un mínimo rincón de mi narrativa (poco más que un párrafo en una de mis novelas cortas) y lo exprime hasta sacarle todo el jugo y darle un par de vueltas de lo más interesante. Que se centre en una suerte de transhumanismo no es de extrañar, conociendo las inquietudes de Cristina.
  • «Proyecto Crisol», de Guille Jiménez. Esperaba muchas cosas buenas de Guille como autore, pero las supera con creces en este cuento en el que, sin abandonar sus inquietudes habituales (la identidad, las relaciones personales, las emociones) nos muestra un poco de la vida en la Tierra en un futuro lejano, y enlaza con parte del trasfondo descrito en en «Bifrost», una de las novelas cortas que forman parte de Yggdrasil (aunque ahí aparece con el título de «Heimdall», el personaje que siempre está en el Bifrost contemplando los nueve mundos).
  • «El grito mudo» de Óscar Navas. Como me pasó con Amparo y Gemma, es lo primero leo de Óscar. Y, al igual que con ellas, no creo que sea lo último. Un relato policiaco con toques que me recordaron a William Gibson. Está ambientado, como el anterior, en esa Tierra del futuro remoto, pero desde una perspectiva totalmente distinta, más dura y pesimista. Que el azar cronológico haya colocado seguidos ambos relatos me encanta, ya que el contrapunto que crean funciona de un modo genial.
  • «18 rojo», de David Luna. De algún modo, esta excelente historia de juegos de azar, estaciones espaciales, persecuciones y pasado que llama una y otra vez a las puertas de la memoria me trae ecos de Casablanca, no sé muy bien por qué. Hay algo en el tono, en la ambientación, que me hacen pensar en Rick Blaine en su café, tal vez jugando con las fichas de póquer mientras espera… ¿qué? Uno de los relatos más largos del libro (el más largo, quizá, si descartamos mis aportaciones), pero que se hace corto de leer y deja con ganas de más.
  • «Comienzo», de Elia Barceló. Pese a su título, es el relato que cierra el volumen, y con todo merecimiento. A estas alturas presentar a Elia es ocioso; es, sin la menor duda, la persona con una trayectoria más sólida y brillante dentro del fantástico español con diferencia. No sabía muy bien qué esperar de su relato, aunque estaba seguro de que sería bueno, pero ni por asomo contaba con la pequeña joya que nos entregó, que encima funciona de maravilla como cierre del volumen y hace que, en cierto modo, todo cobre sentido y los cabos sueltos dejen de serlo.

El libro se completa con la presentación del coordinador José R. Montejano, una detallada cronología de Drímar y un Quién es quién sobre cada autore.

Sé que a lo largo de estas líneas apenas he hablado de Jose y de su labor como coordinador, pero dejadme aseguraros que este libro no existiría sin él, no solo por habérmelo propuesto, sino por haberlo coordinado, haber estado ahí siempre al pie del cañón y haber accedido a las numerosas peticiones que le hice, que otra persona menos razonable tal vez habría considerado caprichos. Su figura es tan importante como el resto de las personas que han participado en el proyecto, eso quiero que quede claro.

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Bueno, por fin he hablado de lo que quería cuando inicié este larguísimo post en tres partes.

Ahora solo queda saber cuándo saldrá el libro, que estoy seguro de que vais a querer haceros con él. Y si no, pues vosotros os lo perdéis.

Pues si todo va bien, a principios del año que viene. Casi seguramente en febrero podréis disfrutar de todos estos geniales relatos que he tenido la suerte de que se ambienten en mi universo de ficción.

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Con este libro, por otro lado, queda culminada la edición «definitiva», «absolute», «redux» o como queráis llamarla de mi ciclo de Drímar. Una edición en la que conviven las dos versiones existentes: la que incluye los textos originales y la que tiene los textos revisados más las aportaciones de otras personas.

Es decir, quedaría tal que así:

Versión original:

Versión definitiva: