Cada vez con más frecuencia, el estado de ánimo que me domina cuando estoy en las redes sociales es el mal humor. Me enfado con facilidad, me cuesta tolerar que se me lleve la contraria en cuestiones que veo clarísimas y que, eso percibo, son respondidas con argumentos ridículos y en general, al contrario de lo que me pasaba antes, participar en las RRSS me produce estrés en lugar de ayudarme a eliminarlo.
En la última semana esto se ha agravado. Dos… no sé si llamarlas discusiones, una en Facebook y la otra en Twitter, han sido la gota que ha colmado el vaso. No voy a entrar en detalles, salvo para comentar que fueron distintas en el sentido de que la de Facebook me dejó cabreado y, literalmente, con ganas de saltarle los dientes de una hostia a mi oponente por ser un grandísimo gilipollas, pedante y pagado de sí mismo, mientras que la de Twiter me dejó con el ánimo triste porque ha enfriado mi relación con otra persona que, sin calificarla estrictamente de amistad, sí que era cordial e interesante.
El caso es que ayer por la noche me di cuenta de que, por encima de cabreo o tristeza, lo que sentía era hartazgo. Pero, sobre todo, cansancio. Agotamiento.
Las redes sociales tienen cosas buenas (o difícilmente habría aguantado tanto en ellas) pero a largo plazo todo lo bueno que tienen acaba siendo enmerdado por una dinámica que favorece los razonamientos de pacotilla, las adhesiones inquebrantables o los odios extremos, los posicionamientos en blanco y negro sin grises intermedios y, en general, una forma de comportarse que, ante un desconocido, rara vez tiene en cuenta que hay otra persona al otro lado del tuit y nos lo pone fácil para ser hirientes sin que nos importen las consecuencias. Me incluyo en lo que acabo de decir, por supuesto. No me cabe la menor duda de que he caído en todo lo que acabo de describir unas cuantas veces.
Sé que la gente que usa Facebook y arruga la nariz ante lo que consideran «los salvajes de Twitter» va a pensar que me refiero es esta última red, al tiempo que la gente que usa Twitter y están convencidos de que Facebook es un reducto de señoros pagados de sí mismos mirándose el ombligo una y otra vez van creer que hablo del caralibro. Así que dejad que aclare que la dinámica que he descrito la he encontrado en ambas redes sociales. No exactamente de la misma manera (la asimetría y la obligación de ser breve de Twitter generan por narices dinámicas distintas a las de Facebook) pero en el fondo son la misma mierda y se acaba cayendo en el mismo comportamiento.
No os sintáis superiores por estar en «la red buena». No existe tal cosa.
En en ambos sitios, es cierto, he encontrado gente cojonuda con la que era un placer interactuar y, sobre todo en Twitter, descubrí cuentas divulgativas enormemente útiles gracias a las que he aprendido un montón.
Pero ya no me compensa.
No me compensa el cansancio tremendo que experimento día tras día y la sensación, cada vez más grande, de estar tirando mi tiempo a la basura una y otra vez enzarzado en disputas estériles o, peor, en un montón de conversaciones que no son más que gente expresándose unos a otros lo muy de acuerdo que están todos entre sí y lo bien que se sienten por ello.
De momento he desactivado mi cuenta personal de Twitter. Y en unos días haré lo propio con la de Facebook en cuanto arregle algunos flecos. Seguiré, por supuesto con la cuenta de Sportula de Twitter, que al fin y al cabo es una cuenta profesional para hablar de lo que hace la editorial.
Por lo demás, mi idea es chapar el quiosco y, si puedo (porque, seamos sinceros, no deja de ser una adicción y no es fácil librarse de ella), no volver a acercarme ni loco a las redes sociales.
Tengo el temor, por otro lado, de que esta decisión quizá sea perjudicial para mi salud mental. Desde que trabajo desde casa mis únicos momentos de socialización son las reuniones de los viernes con mis amigos friquis, alguna feria del libro o congreso de fantasía y, en el día a día, las redes sociales. A lo mejor prescindir de ellas me hace más mal que bien y tendré que replantearme la decisión tomada. No lo sé.
Ya lo iremos viendo, pero de momento es lo único que puedo hacer para no sentirme cansado y sin ánimos casi todos los días.
Seguramente esto que estoy diciendo les interesará a pocos, o quizá a ninguno. No lo sé. Como sea, me parecía justo advertir de ello a las pocas personas con las que tengo contacto en ambas redes y con las que lamentaré de veras no volver a interactuar.
Y hasta aquí.