Soy fan desde el cine musical desde que tengo memoria. No tengo la menor idea de cuándo me aficioné a él, pero tuvo que ser muy joven, porque no recuerdo una época en que no me gustara. De hecho, la sensación que tengo es que mis géneros cinematográficos favoritos (además del musical habría que mencionar el western y el cine fantástico) han estado conmigo siempre, desde mi nacimiento. Evidentemente, eso es falso, pero soy incapaz de recordar en qué momento vi mi primera película.
Al grano.
Me encanta el musical, como digo, pese a que quizá es el género más inverosímil de todos. Más incluso que la fantasía épica, porque al fin y al cabo esta se desarrolla en un universo donde las leyes físicas permiten la existencia de lo que para nosotros son criaturas sobrenaturales y ciertas técnicas que consideramos magia. Pero el musical se desarrolla, normalmente, en lo que parece ser nuestro propio universo, con la diferencia de que la peña, sin motivo aparente, se pone de pronto a cantar (y a veces a bailar) expresando en voz alta y musicalmente sus emociones.
Podríamos considerar, entonces, que el musical es un subgénero del fantástico (como muy bien supo ver Joss Whedon en Buffy) que tiene lugar en un universo muy parecido al nuestro pero en el que existe una misteriosa quinta fuerza fundamental que hace que las personas se pongan a cantar y a bailar en elaboradas coreografías en momentos emocionalmente intensos.
Aclaremos, ya que estamos, que distingo entre el cine musical (Cantando bajo la lluvia, por ejemplo) y las películas no musicales en las que, ocasionalmente, a alguien le da por cantar una canción (casi cualquiera de Disney). El primero me encanta, el segundo normalmente, no. De hecho, muchas pelis de Disney me gustan a pesar de las canciones, no precisamente gracias a ellas. Supongo que es una distinción subjetiva y arbitraria, pero así funciona mi mente, qué le vamos a hacer.
¿Por qué me gusta el cine musical? Ni idea. No lo sé. Nunca me he parado a analizarlo. Simplemente conecto con él, entro por sus reglas, suspendo la incredulidad sin problemas y me funciona narrativamente.
A continuación voy a detallar brevemente algunos de mis musicales favoritos explicando un poco por qué lo son. Es una selección subjetiva, personal e intransferible, por supuesto.
CANTANDO BAJO LA LLUVIA
La primera en mi ranking personal. Básicamente es el musical perfecto. Grandes números, estupendas canciones, coreografías maravillosas arropando una trama de cine dentro del cine (cuenta un poco «a su manera» el paso del mudo al sonoro) llevada con un ritmo maravilloso y que funciona como comedia, como historia de amor y como película de época.
Y encima una de los tres protagonistas es la madre de la Princesa Leia, qué más se puede pedir.
Lo tengo difícil para elegir un número musical favorito. Me encanta el de la clase de dicción («Moses supposes his noses are roses, but Moses supposes erroneously»), el de Donald O’Connor defendiendo la comedia («Make ’em laugh, make ’em laugh, everyone wants to laugh, make ’em laugh», copiado sin rubor del «Be a clown, be a Clown» de Cole Porter) y, por supuesto, ese maravilloso canto de optimismo que se marca el trío protagonista justo al final del segundo acto, cuando la noche más negra parece caer sobre ellos («Good morning, good morning; it’s great to stay up late, good morning, good morning to you»).
Todo en la película funciona maravillosamente bien, hasta el histrionismo acartonado de Gene Kelly (afrontémoslo, era un bailarín y un coreógrafo maravilloso, pero como actor dejaba bastante que desear), que le va que ni pintado a su personaje, actor de cine mudo.
Sé que normalmente, cuando alguien habla de la mejor película de Kelly menciona Un americano en París, pero mí me parece sobrevalorada y pretenciosa. Cantando bajo la lluvia es, simplemente, perfecta.
Y además, cuando acaba te quedas con una enorme sonrisa de imbécil en el rostro. ¿Se puede pedir más?
MOULIN ROUGE
A Baz Luhrmann le suelen llover palos por todas partes, porque se lo considera excesivo y chillón, pero a mí me funciona. Ya me funcionó en su día en Romeo + Julieta, y me funciona especialmente en Moulin Rouge.
La he puesto la segunda, tras Cantando bajo la lluvia, pero muy bien podría estar a su misma altura. Comparte ciertos elementos en común con la peli de Kelly/Donen, como el hecho de que todas las canciones de ambas películas, salvo una, existían previamente. Y las dos, cada una a su manera, representan cimas en una forma muy concreta de entender el musical que es la que a mí me va, por encima de cualquier otra.
La diferencia es que Moulin Rouge es una película posmoderna, muy consciente de su condición de musical y que juega continuamente con las reglas del género. Y debo decir que juega con ellas muy bien.
Tiene uno de los mayores espóilers de la historia del cine (ese «The woman I loved is dead» con el que prácticamente arranca la cinta) y consigue no solo que no nos importe, sino que esperemos que de algún modo mágico las cosas se arreglen y se produzca un final feliz. No es así, claro. No hay trampa en la película: a pesar de los toques de comedia que se suceden a lo largo del metraje esta es una historia de amor trágica y solo puedo acabar en muerte.
Si tuviera que ponerle un pero a la película es que su protagonista masculino no está a la altura de la historia. Hablo del personaje, no de la actuación de Ewan McGregor, que me parece irreprochable. Lo cierto es que estoy un poco harto de que el único modo que tienen los guionistas de hacer interesante y con conflicto una historia de amor sea que una de las dos partes (generalmente el hombre, aunque no siempre) se vea asaltado por los celos patológicos y sea incapaz de ver lo obvio que tiene delante de las narices porque, de pronto, deja de ser una criatura adulta y se convierte en un niñato incapaz de no dejarse llevar por sus emociones más tóxicas. Por otro lado, no deja de ser un cliché de cierta narrativa romántica (no olvidemos que la película es, a su muy personal manera, una suerte de versión de La dama de las camelias de Dumas hijo) así que intento que no me moleste demasiado y que no me obstaculice ver todas las cosas buenas que tiene la peli.
Tiene algunos de los mejores números musicales que he visto en pantalla y quizá el mejor versionado de canciones que jamás he oído. Su Like a Virgin es desternillante, el tango que crea a partir del Roxanne de The Police, es crudo y descarnado y su versión de The Show Must Go On de Queen pone directamente los pelos como escarpias y te deja el corazón en un puño. Ewan McGregor y Nicole Kidman están en estado de gracia, arropados por un reparto que parece haber nacido para esos papeles. Mención especial merece el Tolouse Lautrec de John Legizamo y el modo en que a base de pequeños detalles y un par de miradas nos muestra con claridad que está enamorado del Christian que interpreta McGregor.
Si cuando acabo Cantando bajo la lluvia estoy con una sonrisa de oreja a oreja, tras ver Moulin Rouge quedo de un ánimo melancólico. Para mí es una película para el otoño, para ver con tranquilidad arropado entre mantas mientras llueve al otro lado de la ventana y el mundo se desdibuja un poco a medida que atardece.
YENTL
Esta reseña va a ser considerablemente más larga que las otras, en buena medida porque Yentl es una peli que me ha marcado de un modo muy intenso a lo largo de los años. No es mi musical favorito, pero sí tengo una relación emocional con ella que no tengo con otras.
Dicho lo cual, tego la sensación de que es una película que ha sido injustamente olvidada por casi todo el mundo, aunque tal vez se trate de una percepción errónea debida a las peculiaridades de mi burbuja personal. Claro que si tengo en cuenta lo que me costó conseguir una edición en bluray de la película (básicamente tuve que comprar de segunda mano y a un precio «interesante» en Estados Unidos una copia de la edición limitada de mil ejemplares que se hizo hace unos años) sospecho que no hay precisamente un interés mayoritario por ella.
No tuvo una mala recepción en su estreno y Barbra Streisand hasta ganó un Globo de Oro a la mejor dirección. Sin embargo parece haber ido cayendo un poco en el olvido a medida que pasaba el tiempo y tengo la sensación de que una parte importante de las nuevas generaciones ni siquiera han oído hablar de ella. No porque las nuevas generaciones sean ignorantes descerebradas, que lo serán en todo caso tanto como lo éramos nosotros a su edad, no más y quizá menos, sino simplemente porque parece que el interés por Yentl se ha ido desvaneciendo con los años. De hecho, si hago memoria, una vez pasado el momento del estreno (donde, como digo, tuvo una buena recepción) el público en general se olvidó de ella. Ni siquiera el ser una película de los ochenta (una década de la que se han mitificado a punta pala cosas majas pero mediocres, cuando no simplemente mediocres) jugó a su favor. Cuando veo una lista de pelis ochenteras reivindicables no suelo encontrar Yentl en ella.
La película es un claro alegato contra los prejuicios y a favor de la libertad para tener acceso el conocimiento sin importar el género. Entre equívocos y enredos y alguna situación más dramática, aprovecha para reflexionar de un modo bastante inteligente sobre ciertas cuestiones que creíamos cercanas a estar superadas en los años ochenta y que, visto lo visto, no ha sido así ni de lejos. Siempre me pareció bastante valiente en sus conclusiones y en la forma en que resolvía los conflictos, huyendo de un final feliz al uso y sustituyéndolo por uno más abierto e incierto, aunque encarado con optimismo.
La historia (basada en un relato del Premio Nobel Isaac Bashevis Singer y en la obra de teatro desarrollada a partir de este) no puede ser más sencilla. En una comunidad judía en Europa oriental (posiblemente rusa o polaca, aunque es algo que nunca se dice de forma explícita) a finales del siglo XIX, un rabino ha educado a su hija Yentl de forma un tanto heterodoxa, permitiéndole que estudie el Talmud y la Torá, que discuta con él sobre esos temas y, en general, que tome sus propias decisiones.
Vamos, lo que viene a ser tratarla como un ser humano.
Cuando el rabino muere, la joven Yentl comprende que a lo único a lo que puede aspirar a partir de ese momento es a convertirse en la sumisa esposa de alguien y a pasar el resto de su vida sin leer ninguno de los libros que le interesan y sin poder cultivar su mente ni adquirir nuevos conocimientos. La canción que canta poco antes de eso es bastante sintomática:
And why have eyes that see
And arms that reach
Unless you’re meant to know there’s something more.
If not to hunger for the meaning of it all
Then tell me what a soul is for.
Why have the wings unless you’re meant to fly
And tell me, please, why have a mind
If not to question why.
And tell me where
Where is it written what it is I’m meant to be;
That I can’t dare
To have the chance to pick the fruit of every tree
Or have my share
of every sweet imagined possibility.
Just tell me where, where is it written, tell me where.
Para qué tener ojos que ven
y brazos que se tienden
a menos que sea para saber que hay algo más.
Si no es para cuestionarse el motivo de todo
qué sentido tiene un alma.
Para qué tener alas salvo para volar.
Dime, por favor, para qué tener una mente
si no es para preguntarse por qué.
Dime,
¿dónde está escrito lo que debe ser?
¿Dónde dice que no debo osar
a tener la oportunidad de tomar la fruta de todos los árboles,
o mi porción
de sueños y fantasías?
Dime dónde está eso escrito. Dímelo.
La decisión que adopta es la de cortarse el pelo, vendarse los pechos, vestirse de chico e irse del pueblo. No tarda en conocer a un grupo de estudiantes del Talmud, conecta enseguida con uno de ellos (interpretado por Mandy Patinkin que, en efecto, ha sido otras cosas además de Íñigo Montoya) y acaba convirtiéndose en alumno de la escuela talmúdica (la yeshiva) a la que va este.
Los equívocos se suceden enseguida, como podréis suponer, porque Yentl se siente atraída casi inmediatamente por Avigdor, el personaje de Patinkin. La cosa se va complicando (tenemos una boda entre Yentl y otra mujer, por ejemplo) y nos encontramos con varios momentos que pueden tener con facilidad una lectura LGTB, sobre todo cuando Avigdor se descubre teniendo ciertas reacciones ante lo que él piensa que es su joven compañero. Evidentemente, la interpretación mainstream de Hollywood es que el «instinto» de Avigdor ha detectado el engaño a nivel subconsciente y que se siente atraído porque en el fondo sabe que Yentl es una mujer. Pero a lo mejor lo que pasa es que Avigdor no es tan heterosexual como cree:
All the times I looked at you and touched you and I couldn’t understand why. I thought something was wrong with me.
«Cada vez que te miraba y te tocaba, no entendía qué estaba pasando. Creía que había algo torcido en mi interior.»
El homófobo «I thought something was wrong with me» supongo que es inevitable para la época (tanto aquella en la que se desarrolla la acción, sin duda, como la del estreno, seguramente).
Cuando el engaño sale a la luz, Yentl comprende que en esa sociedad nunca podrá ser lo que quiere ser ni le van a permitir mostrarse como es; lo máximo a lo que podrá aspirar es a estudiar con las cortinas echadas y las puertas cerradas (y si eso no es una metáfora de estar en el armario, no sé lo que es) y no está dispuesta a ello, igual que no lo está a hacerse pasar por lo que no es para conseguir lo que quiere.
Así que decide irse en busca de pastos más frescos. La película acaba con ella en un barco de emigrantes (con destino a Estados Unidos, seguramente, aunque nunca se dice) y la historia llega en ese momento a su conclusión con otra de las grandes canciones de la película, A Piece of Sky:
The more I live — the more I learn.
The more I learn — the more I realize the less I know.
Each step I take—
(papa, I’ve a voice now!)
Each page I turn—
(papa, I’ve a choice now!)
Each mile I travel only means the more I have to go.
What’s wrong with wanting more?
If you can fly — then soar!
With all there is — why settle for just a piece of sky?
Papa, I can hear you…
Papa, I can see you…
Papa, I can feel you…
Papa, watch me fly!
Cuanto más vivo, más aprendo.
Cuanto más aprendo, más veo cuánto ignoro.
Cada paso que doy…
(¡Papá, tengo voz!)
Cada página que paso…
(¡Papá, tengo opciones!)
cada milla que viajo implica que hay más por recorrer..
¿Qué hay de malo en querer más?
Si puedes volar, ¿por qué no alzar el vuelo?
Con todo cuanto hay, ¿por qué conformarse con un pedazo de vielo?
Papá, te oigo.
Papá, te veo.
Papá, te siento.
¡Papá, mírame volar!
Siempre ha sido una de mis películas favoritas, desde la primera vez que la vi en 1984, y con cada nuevo visionado va ganando en matices y en detalles. En su momento la vi al menos tres veces en el espacio de poco más de dos semanas, algo que ni entonces hacía ni ahora suelo hacer, al menos en una sala de cine. Y, a pesar de que tardé muchos años en verla de nuevo, nunca se me fue de la mente del todo, sospecho que en buena medida gracias a la banda sonora de la película, que adquirí primero en vinilo, luego en CD y, en los últimos tiempos, en forma de lista de reproducción de Spotify.
Michel Legrand y Alan y Marilyn Bergman, compositor y letristas de las canciones, están en estado de gracia en todos y cada uno de los temas que crean para la película, que además están maravillosamente enhebrados en la historia y son parte irrenunciable de la trama; de hecho es perfectamente posible ir siguiendo la evolución del personaje y los conflictos a los que se enfrenta escuchando tan solo las canciones. No miento si digo que en Yentl es, con diferencia, donde más me gusta la voz de Barbra y donde creo que alcanza algunos de sus mejores momentos como intérprete, tanto en aspectos puramente técnicos como en intensidad emocional.
En cuanto a su trabajo como actriz, en mi memoria nada podrá superar a la liante pizpireta que interpreta en ¿Qué me pasa, doctor? (What’s up, Doc), una suerte de puesta al día del personaje de Katharine Hepburn en La fiera de mi niña (Bringing Up Baby). Pero su trabajo en Yentl, en un registro completamente distinto (aunque sin renunciar a esa sonrisa entre irónica e ingenua que es capaz de dibujar usando casi exclusivamente la mirada) no le anda muy a la zaga.
No contenta con eso, dirigió la película, la coprodujo y coescribió el guion con Jack Rosenthal.
Detalle, por cierto, que en su momento sentó muy mal a la crítica. Fueron muchos los que afirmaron que Yentl no era más que un monumento al ego de Barbra Streisand y que el que metiera las zarpas en todos los aspectos de la película no era sino pura megalomanía. No quiero ser malpensado (bueno, en realidad, sí) pero me resulta curioso que nunca se dijera eso de los numerosos hombres que han sido directores, guionistas e intérpretes de sus propias películas.
No estaba concebida originalmente como un musical. Tras varios años de intentar sacar adelante el proyecto, que siempre había sido algo muy personal para ella, en cierto momento Barbra Streisand comprendió que el único modo en que iba a encontrar financiación era convertirlo en un musical del que fuera la principal intérprete.
A partir de ese momento, ya no hay problema para que los inversores pongan el dinero, porque ya no se trata del drama de una joven que se enfrenta a los prejuicios de un mundo patriarcal, sino de Barbra Streisand cantando.
Ay.
Lamentable, por una parte. Por la otra, doy gracias a los prejuicios, porque es uno de mis musicales favoritos y la banda sonora de la película, uno de los discos que más veces habré escuchado. Del mismo modo que a veces la censura, a su pesar, es responsable de la creación de obras maestras, en este caso la miopía y los prejuicios acabaron creando una película que no querría distinta.
Barbra Streisand, por otro lado, supo reconvertir el proyecto sin renunciar a la esencia del mismo, y consiguió un film que ha sabido envejecer maravillosamente bien y que me sigue emocionando como el primer día. De hecho, es una pena que no se prodigase más como directora; las otras dos películas en las que se puso tras la cámara, El príncipe de las mareas (The Prince of Tides) y El amor tiene dos caras (The Mirror has Two Faces), son interesantes y están bien dirigidas.
No sería nada raro que, tras terminar de escribir esto, me pusiera a verla otra vez. Por qué no; acompañar una vez más a Yentl (nunca he encontrado a Barbra tan atractiva como en esta película, por cierto) en su viaje a través del conocimiento y experimentar con ella las emociones que siente al darse cuenta de todo lo que tiene que aprender y todas las posibilidades que se abren ante ella mientras las maravillosas palabras de los Bergman arropadas por la no menos maravillosa música de Legrand llenan el aire:
I can walk through the forests
Of the trees of knowledge,
And listen to the lessons of the leaves.
I can enter rooms
Where there are rooms within rooms,
Wrapped in the shawl that learning weaves.
I remember, papa, everything you taught me.
What you gave me, papa,
Look at what it’s brought me.
There are certain things that, once you have,
No man can take away;
No wave can wash away;
No wind can blow away,
And now they’re about to be mine!
Puedo recorrer el bosque
de los árboles del conocimiento
y escuchar las lecciones de las hojas.
Puedo entrar en habitaciones
que tienen habitaciones dentro de habitaciones
envuelta en el manto de las olas de conocimiento.
Recuerdo cuanto me enseñaste, papá;
cuanto me diste, papá.
Mira dónde estoy.
Hay ciertas cosas que, una vez son tuyas,
no hay quien te las quite
ni ola que se las lleve
ni viento que las arrastre.
¡Y están a punto de ser mías!
ALL THAT JAZZ
Sí, se supone que la obra maestra de Bob Fosse es Cabaret. Y seguro que, en efecto, así es.
Pero All that Jazz ocupa un lugar especial en mi corazoncito y siento con ella una conexión emocional que la otra película no me produce, lo siento.
Desde el mismo arranque de la película, en la que el protagonista habla con la Muerte como si fuera su amante (y menuda Muerte, nada menos que la maravillosa Jessica Lange), hasta el enloquecido número final donde el Bye, bye Love de Simon & Garfunkel se transforma en un desenfrenado Bye, bye Life, la película es básicamente una ventana a la mente de Fosse. No solo por todo lo que tiene de autobiográfica (que tiene mucho) sino por el modo en que refleja sus obsesiones y especialmente su faceta más egocéntrica y autodestructiva. Toda la película podría considerarse, en cierto modo como una confesión o una sesión de psicoanálisis (suponiendo que no sean lo mismo) y, al mismo tiempo, una especie de testamento artístico.
Es, sin duda, un monumento al ego de Bob Fosse, ya que la peli no deja de ser una autobiografía (apenas) camuflada… incluso cuando presenta la muerte del protagonista. Fosse no murió exactamente así, pero casi. Falleció de un ataque al corazón en 1987, ocho años después del estreno de esta película.
Lo más chocante de esta película tal vez sea el casting de Roy Scheider como protagonista (y alter ego del director). Scheider, que venía de hacer tipos duros en pelis como Marathon Man (1976) o duros y vulnerables como en Tiburón (1975), no parecía el más indicado para protagonizar un musical. Sin embargo, no me imagino la película protagonizada por otro actor. El modo en que se mete en la piel del personaje y lo hace suyo con todas las consecuencias es impresionante, e interpreta a la perfección a ese cabrón encantador y al mismo tiempo insufrible de ego sobredimensionado (e ideas geniales y a veces excesivas) que, como he dicho, era un trasunto del propio Fosse. El actor ha declarado que la película pasó factura tanto física como psíquicamente y que tras el rodaje del último número musical (el Bye, Bye Life) estaba agotado y deshecho en todos los sentidos.
Al contrario que en las películas anteriores, aquí los números musicales tienen lugar de un modo realista, salvo el último, que en cierto modo transcurre por completo en la mente agonizante del personaje protagonista. Es la historia de un coreógrafo y director de cine, así que cuando la gente se pone a cantar o bailar en la película lo hacen porque están ensayando para una obra o por motivos igualmente válidos en el mundo real.
Mención aparte merece el número Take Off With Us, lleno de una sensualidad apabullante donde Sandahl Bergman (sí, la Valeria de Conan el bárbaro) capitanea un reparto heterogéneo tanto en lo racial como en lo sexual que compone una secuencia sugerente, repleta de erotismo. Está coreografiada de un modo brillante, como no podía ser menos, y está filmada, además, de una forma casi minimalista, sin apenas decorado, solo los bailarines en sus leggins y tops y poco más (y, al cabo de un rato, ni eso), en un juego sugerente de luces y sombras que añade nuevos elementos de erotismo al número.
Para mí, una de las grandes secuencias de la historia del cine. Así, sin más.
THE BAND WAGON
Y termino con este musical clásico y casi crepuscular, coprotagonizado por un Fred Astaire convertido en pura elegancia y una Cyd Charisse que está, simplemente, maravillosa. Confieso que siempre he tenido debilidad por ella (su brevísima aparición en Cantando bajo la lluvia es uno de los grandes momentos de la película) y siempre me dio rabia que no tuviese una carrera más prolífica. Era una bailarina extraordinaria (Gene Kelly confiesa que era su pareja de baile favorita) y siempre tuve la sospecha de que no le daban más papeles porque a los productores les parecía demasiado alta y, ya se sabe, no vas a tener una protagonista femenina que le saque la cabeza a su contrapartida masculina.
Como sea, The Band Wagon es, de nuevo, una de esas películas que te reconcilian con la vida, además de ser un canto de amor por el entretenimiento puro y duro, por el teatro y el drama, por las historias emocionantes bien contadas. Es una comedia amable y divertida, sin grandes conflictos y que se desliza de una forma tranquila hacia un final que, no por previsible, es peor. Los distintos momentos musicales están entre lo mejor que han hecho tanto Astaire como Charisse, especialmente el número final con ese aroma de film noir, deliberadamente petado de clichés enhebrados con suma habilidad en la coreografía de la escena.
Aunque confieso que mi escena favorita es esa en la que ambos pasean por un Central Park de cartón piedra y se marcan uno de los bailes más elegantes y románticos de la historia del cine.
Y, por supuesto, está la canción That’s Enterteinment, cuya letra no me resisto a citar y que me parece una de las mejores definiciones y declaraciones de lo que son las artes narrativas:
The clown
With his pants falling down
Or the dance
That’s a dream of romance
Or the scene
Where the villain is mean
That’s entertainment!
The plot
Could be hot
Simply teeming with sex
A gay Divorcee
Who is after her ex
It could be Oedipus Rex
Where a chap kills his father
And causes a lot of bother.
The doubt
While the jury is out
Or the thrill
When they’re reading the will
Or the chase
For the man with the face
That’s entertainment!
El payaso
al que se le caen los pantalones
o el baile
que es un sueño romántico
o la escena
en la que el villano hace de las suyas…
¡Todo es entretenimiento!
La trama
puede ser ardiente,
llena de sensualidad,
puede ir de un alegre divorciado
en busca de su ex,
o sobre Edipo rey,
el tipo ese que mata a su padre
y no causa más que problemas.
La duda
mientras delibera el jurado;
la tensión
cuando se lee el testamento;
la persecución
del posible culpable…
¡Todo es entretenimiento!
¿Hay más? Claro que sí, un montón más. Pero esas son las cinco primeras películas que me han venido a la mente ahora. Y son, por otro lado, las que me más me gusta revisitar.
Seguro que cada uno tiene sus propios favoritos, así que adelante, por qué no, compartámoslos.