Una de las consecuencias de haber retomado mis paseos matutinos (además de, espero, ir perdiendo peso poco a poco) ha sido la de intentar ponerme al día con el montón de lecturas atrasadas que tengo… aunque sin leer ni una palabra.
En los últimos años (desde poco antes de la pandemia) he descubierto que cada vez me cuesta más leer ficción. No tengo problemas con los ensayos, sean largos o cortos, pero la ficción cada vez se me hace más cuesta arriba. Una de las medidas que tomé hace un tiempo para atajar eso fue probar los audiolibros, pero hasta ahora no les había sacado partido. Cuando estoy en casa tengo cientos de cosas que hacer antes de ponerme a escuchar un audiolibro, pero cuando no tengo nada mejor que hacer que recorrer el paseo marítimo de Gijón, las cosas cambian. Antes solía ponerme música en esos momentos; he probado a cambiarlo por los audiolibros y de momento parece que la cosa funciona.
Empecé hace unas semanas con la excelente dramatización (toda una «radionovela», con sus efectos de sonido y su banda sonora) que Audible ha hecho del Sandman de Neal Gaiman. Una auténtica gozada, con grandes voces, incluyendo la del propio Gaiman, que ejerce como narrador. Una adaptación muy superior (sí, sé que las comparaciones son odiosas y más en medios tan distintos, pero no puedo evitarlo) a la serie de televisión realizada por Netflix, al menos a mi entender.
Para descansar un poco de las peripecias de Morfeo, se me ocurrió probar con una novela corta (o quizá un cuento largo, en audiolibro estas cosas son difíciles de medir) que me había recomendado ya hacía unos años mi amigo Juanma Barranquero y que Marisa Cuesta había vuelto a recomendarme unos meses atrás.
Así que cargué el audiolibro de A Dead Djinn in Cairo y eché a andar.
No pude evitar una sonrisa ante el arranque, no por culpa de este, sino porque inevitablemente me recordó el modo que se inicia el segundo capítulo de mi novela Sondela, en el que la persona que investiga un crimen, al llegar a la escena de este, se encuentra con que el muerto es un fauno. Lo que encuentra Fatma el-Sha’arawi, investigadora especial del Ministerio Egipcio de Alquimia, Encantamientos y Entidades Sobrenaturales, es el cadáver de un djinn.
No es tan raro. Seguro que el recurso de que el investigador se encuentre con un cadáver «peculiar» cuando llega a la escena del crimen ha sido usado centenares, quizá miles de veces.
Pasado ese primer momento, y mientras Fatma recorre el lugar acompañada del inspector Aasim Sharif de la policía de El Cairo, se nos van dando pequeñas pinceladas que van definiendo la situación y normalizando, en cierto modo, la anomalía inicial. Estamos más o menos en la Tierra en 1912, en los albores de lo que luego se llamaría la Primera Guerra Mundial… pero no es la misma Tierra que conocemos. Hace casi cien años se abrieron las puertas a otros mundos y por ellas entraron diversas criaturas sobrenaturales, entre ellas los djinns.
La historia, narrada en una tercera persona fluida y eficaz, sigue siempre el punto de vista de Fatma y nos va llevando con naturalidad por las distintas fases de su investigación. Investigación que, todo hay que decirlo, es bastante sencilla y que en cierto modo se vuelve hasta previsible. Hasta el extremo que de no es difícil que lector sepa quien es el culpable de todo lo ocurrido antes que la propia detective, o que prevea con cierta facilidad por dónde va discurrir el clímax final.
Tengo la sensación de que eso es deliberado. Que en este caso la trama detectivesca es poco más que un mcguffin narrativo, una excusa, un armazón ligero y flexible del que colgar los elementos que de verdad le dan interés a la historia.
Por un lado, los distintos personajes, que si bien están delineados solo en la superficie, se nos muestran lo suficientemente interesantes para querer saber más de ellos. Al acabar la novela el lector se queda con ganas de nuevas historias y quiere conocer mejor a Fatma y a algunos de los secundarios que la acompañan. En mi caso, me quedé especialmente con ganas de saber más sobre Siti, la felina e insinuante asesina a sueldo que aparece a mitad del relato.
Pero sobre todo, por el escenario y el trasfondo que este bosqueja. Ese mundo que es el nuestro y no lo es y que se dibuja en varias capas. En la más cercana vemos un lugar en el que los djinns vagan a sus anchas, los gules son un problema de seguridad pública y hay enormes criaturas que afirman ser ángeles de Dios y cuya carne es tan sutil que tienen que ir cubiertas por hieráticos e impresionantes exoesqueletos para que los humanos las perciban con claridad. En segundo plano, dando densidad al tapiz, tenemos un Egipto convertido en potencia mundial gracias a la mezcal entre tecnología, alquimia y magia que produce. Finalmente, al fondo, vemos un atisbo de las potencias europeas a punto de enzarzarse en una guerra que nadie quiere pero que quizá no se pueda evitar.
Como carta de presentación de un nuevo escenario de ficción y unos personajes, A Dead Djinn in Cairo cumple sus funciones con creces: mantiene interesado al lector en todo momento y deja con ganas de más. En el momento en que escribo estás líneas estoy a punto de terminar el tercer capítulo de A Master of Djinn, novela ambientada en el mismo mundo y con Fatma como personaje principal. De momento el arranque es excelente. Cuando acabe seguramente hablaré también de ella por aquí.
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Para los que no tengan problemas con el inglés y disfruten del audiolibro, recomiendo este, leído por la actriz norteamericana de origen egipcio Suehyla El-Attar: su voz delicada, elegante, culta nos lleva por el relato casi de la mano y, cuando llega el momento de interpretar los diálogos, sabe caracterizar perfectamente a cada personaje.
Para los que lean en castellano, recomiendo el volumen El señor de los Djinn, publicado por Duermevela, que además de la novela del mismo título contiene la versión en castellano de A Dead Djinn in Cairo.