Somos lo que somos por muchas cosas. Por lo que pensamos, por lo que hacemos y decimos; por lo que no pensamos, por lo que no nos atrevemos a hacer y lo que no osamos decir; y por las personas que se cruzan en nuestras vidas.

Miquel fue una de esas personas. Y sería justo decir que una parte de lo que soy se lo debo a él. Una parte pequeña, tal vez, en lo personal, en el sentido de que no creo que su influencia en mi modo de ver el mundo haya sido mucha; una parte nada desdeñable y muy importante, eso sin duda, en lo profesional.

Otros más adecuados que yo glosaran su importancia para la ciencia ficción española, que fue enorme, ya sea como director de Nova, como promotor del Premio UPC o como autor de Ciencia ficción, guía de lectura que, con sus defectos y virtudes fue un libro que marcó un hito en la ensayística del género en nuestro país y que sirvió a muchos lectores para orientarse y buscar obras adecuadas a su paladar. Su figura y su trayectoria profesional lo merecen y la importancia que tuvo para el género no puede ser obviada.

Algunos, quizá, se centren en su periodo más polémico, donde en ciertas ocasiones pudo haber perdido el norte y dejarse llevar en extremo por las pasiones. Están en su derecho, por supuesto. Somos un conjunto de luces y sombras y no está de más mencionar las segundas… siempre que no sea ese el único interés que hay tras la mención y formen parte de algo más amplio.

Pero estas líneas son algo puramente personal. No pretendo hablar de la importancia que tuvo Miquel para la ciencia ficción española, sino para un escritor español de ciencia ficción en concreto. No sé si serán de interés, pero necesito escribirlas.

Fue mi editor en cuatro ocasiones. En cada una de ellas se comportó de una manera justa, cabal, que me hizo sentir apreciado y bienvenido. Siempre tuve la sensación de que Miquel me publicaba porque confiaba en las posibilidades de mi obra y que su aspiración era que eso fuese apreciado por la mayor cantidad de lectores posible. Puede parecer una tontería, pero os aseguro que no lo es. Para mí es algo muy especial y que significa muchísimo. Y lo digo partiendo de la base de que el trato con prácticamente todos mis editores ha sido siempre relajado y cordial.

La primera vez que me publicó fue en 1996, dentro de la colección Nova Ciencia Ficción que dirigía para Ediciones B. Allí apareció publicada Tierra de Nadie: Jormungand, mi segunda novela de ciencia ficción. Hablaba de ello no hace mucho al repasar el proceso de creación de la novela; lo que menos sospechaba era que esas palabras se publicarían poco menos de diez días antes de su muerte.

La segunda vez fue en 1997, en la colección Quaderns de la UPCF, dedicada a recoger obras presentadas al Premio UPC de Novela Corta de Ciencia Ficción que no habían ganado pero que a Miquel le parecían interesantes. Allí vio la luz Los celos de Dios.

La tercera vez fue en 1998, dentro de la antología Cuentos de ciencia ficción que Miquel y Pedro Jorge Romero editaron para Bígaro Ediciones y que incluía mi relato «El robot».

La cuarta y última vez fue en 1999, en el volumen que recopilaba los ganadores del Premio UPC de 1998. Entre otras cosas, ese libro, también publicado en Nova, incluía mi novela corta «Este relámpago, esta locura».

En realidad, si me paro a pensarlo, Miquel fue la persona que más libros míos editó en los años 90, algo de lo que nunca me había dado cuenta hasta este preciso instante. Es absurdo, ¿verdad? O quizá no. Miquel estaba tan presente a mi alrededor que ni siquiera lo notaba, como el aire; y en cierto modo en aquellos momentos estaba siendo de una importancia vital, como el aire.

Nos conocimos en 1993, en la HispaCon que se celebró aquel año en Gijón, aunque yo conocía bien su nombre y su labor desde hacía años, primero como editor del fanzine Kandama y luego como director de Nova. Siempre he tenido la sensación de que nos caímos bien a primera vista sin ningún motivo especial (esas cosas pasan a veces) y desde el primer momento mantuvimos una relación cordial y cercana. Había algo en Miquel que lo hacía tremendamente cercano y que invitaba a hablar con él como si lo conocieras de toda la vida. Al menos fue la sensación que siempre tuve; y que sigo teniendo.

Las veces que nos vimos en persona fueron escasas. No más de una al año, y normalmente en la HispaCon. Hablábamos algo más por mail, pero es cierto que con el tiempo nos fuimos distanciando, también sin ningún motivo especial. Cada uno estaba a cosas distintas, simplemente. El hecho de que, a partir de cierto momento, ambos tomásemos cierta distancia respecto al fandom español de ciencia ficción (él mucha más que yo, diría) tampoco ayudó a mantener el contacto. Aunque de haber vivido en la misma ciudad, quizá las cosas habrían sido distintas. Me gustaría pensar que sí.

Nunca perdimos el trato cordial. Quizá nuestra relación no pasaba de superficial, pero era una persona a la que apreciaba y me gusta pensar que el sentimiento era mutuo.

Casi siempre que lo recuerdo es, curiosamente, con una sonrisa en los labios. No sé si se trata de un sesgo de percepción por mi parte, pero cuando recuerdo a Miquel es la imagen que me viene en la cabeza: hablando con él en una HispaCon y casi siempre sonriendo.

Intentaré quedarme con esa imagen.