Determinar las propias influencias no es tan fácil como parece.

De algunas se es consciente con cierta facilidad. Pero esas son las más obvias y, por lo general, aunque resultan quizá las más llamativas, no suelen ser las más profundas ni las más importantes.

A menudo, de hecho, el escritor no es consciente de una influencia oculta hasta que un lector se lo hace ver. Me ha pasado más de una vez a lo largo de los años, tropezar con un comentario o una pregunta de un lector que me lleva a darme cuenta de algo en lo que no había pensado pero tenía frente a las narices durante todo el tiempo.

Otras veces es el escritor quien, al cabo de un tiempo, descubre esa influencia de la que no ha sido consciente hasta el momento.

Tanto si el descubrimiento es propio o viene de fuera, es un momento maravilloso: ves tu obra con ojos nuevos y la comprendes mucho mejor y te das cuenta de por qué esto se contó de esa manera y no de otra y por qué aquello pasó así y no asá. Aunque no soy un obseso de la coherencia, me gusta que las cosas encajen y que haya un motivo para ellas; al mismo tiempo, cuando escribo, me dejo llevar bastante por el instinto, por lo que considero, sin pararme a analizarlo racionalmente, que funciona desde el punto de vista narrativo. Así que descubrir años más tarde que eso que puse ahí por pura intuición tenía un motivo claro y preciso detrás siempre es bienvenido.

Con La canción de Bêlit mi primera novela de Conan, me pasó algo similar.

Evidentemente, la novela es hija mía. Y, salta a la vista, lo es de Robert E. Howard. También, en parte, de Roy Thomas, porque fue a través de sus adaptaciones al cómic de las historias de Conan como llegué, de niño, a la obra de Howard (luché como un poseso para alejarme de Thomas, por cierto, quien había narrado —y muy bien— el mismo periodo que yo en la vida de Conan; y aunque creo que lo conseguí, se pueden percibir ecos suyos en la novela). Y seguro que lo es un poco de Fritz Leiber y el espíritu burlón de sus Fafhrd y el Ratonero Gris está presente en algunos momentos de mi novela. Y es hija de Tolkien, eso sin la menor duda, por mucho que Tolkien y Howard parezcan incompatibles (lo son ideológica y éticamente, sin duda, no tanto en otros aspectos). Y sospecho que la influencia del Terramar de Ursula K. LeGuin también permea algunas páginas.

Pero también es hija, y no precisamente en grado menor, de otro autor… que ni siquiera escribía fantasía, al menos de forma relevante. Me suena que pudo haber escrito alguna que otra narración de proto-ciencia ficción, pero lo suyo básicamente era la novela de aventuras y de capa y espada.

La canción de Bêlit es, entre otras cosas, una novela de piratas (de corsarios, más bien) y, por tanto, de aventuras marítimas.

Y el modelo que tenía en mente para eso en todo momento, aunque era a un nivel inconsciente, pero que ahora veo muy claro, no era otro que Emilio Salgari.

No el Salgari de Sandokán y sus Tigres de Mompracem. Confieso que leí la primera novela de esa saga y me dejó un tanto indiferente.

No, mi Salgari (y, por tanto mis piratas) son los de don Emilio de Boccanera, señor de Ventimiglia, capitán del Rayo… Y que es más conocido como el Corsario Negro.

Fue una de las novelas-fetiche de mi infancia, en la edición de Círculo de Lectores con aquellas maravillosas ilustraciones de Ballestar.

No me cansaba de leerla una y otra vez; y una y otra vez me fascinaban los personajes (sobre todo esos dos secundarios de lujo, Carmaux y Van Stiller, que son la verdadera columna vertebral del relato, ya que buena parte del tiempo vemos lo que pasa a través de sus ojos), el ambiente (la sofocante selva caribeña, la isla Tortuga, Maracaibo…) y la peripecia (huidas, persecuciones, duelos a espada, venganza, caballerosidad, un amor trágico…).

Y una y otra vez, sentía un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos al llegar a ese final terrible (en el que para mí fue uno de los cliffhangers más largos de la historia, pues tardé muchos años en leer las continuaciones) en el que la promesa hecha a los espectros de sus hermanos de acabar con la estirpe de Van Gould, su archienemigo, obliga al Corsario a dejar a la deriva en un bote a la mujer a la que ama, hija de ese enemigo juramentado.

Y me estremecía ante la frase final de la novela, cuando, una vez que el botecito con la joven flamenca desaparece en el horizonte alguien trata de decir algo en el Rayo y Van Stiller (creo que era él; en caso contrario fue Carmaux) dice:

—Silencio. El Corsario Negro está llorando.

La novela de Salgari está presente en La canción de Bêlit por ejemplo en el asalto de los corsarios al puerto estigio de Jemi, inspirado sin la menor duda en el ataque a Gibraltar (la americana, no la europea) por parte de la flota de la isla Tortuga comandada por el Corsario Negro y Pedro, el olonés.

Pero no es el único caso. Repasando repasando ahora la novela veo numerosos puntos en común que en su momento me pasaron desapercibidos.

Empezando porque Bêlit se retira a descansar a un archipiélago donde es una rica terrateniente bien considerada por la clase gobernante del país, siguiendo por la planificación de la invasión y finalizando con esta. La huella de El corsario negro está ahí en todo momento; oculta, soterrada, tan sutil a veces que resulta difícil de percibir, pero presente.

También hay una clara influencia de Salgari en el destino aciago de algunos personajes, como Demetrio o Isuné.

Y esta es innegable en la amargura que siente Bêlit en el tercio final de la novela. Aunque no recuerdo ningún momento parecido en las novelas de Salgari, tengo clarísimo que sin él y su Corsario Negro no habría existido esa escena en la que, tras haber incendiado la flota de Jemi en el puerto, Conan y Bêlit se alejan en bote mientras ella, una y otra vez, murmura los nombres de sus muertos con la vista clavada en el puerto en llamas y el gesto pétreo e implacable…

* * *

Termino comentando simplemente que La canción de Bêlit estrena nueva portada, obra de Juan Alberto Hernández, que ya había realizado las ilustraciones interiores. De momento, esa portada está disponible en el ebook y la edición en tapa dura, y lo estará en la edición en tapa blanda cuando reimprima. Podéis ver cómo conseguirla pinchando aquí, si aún no la tenéis y os interesa.

Aunque no tenía nada contra la portada original, de Breogán Álvarez (que también ha hecho las portadas de mi edición del Conan de Howard) quería separar visualmente en Sportula el Conan original y canónico del Conan apócrifo, como es el caso de esta novela mía. Y quizá, con el tiempo, de otras también en Sportula. Ya veremos.

Espero que os guste.