Cuando, hace unos meses, acudí a la entrega del Premio Radagast de novela, Nicolás Bardio, dueño de la editorial que da nombre al premio, me comentó que tenía en cartera una novela cuyo título no me iba a dejar indiferente.

La Rexenta contra Drácula —me dijo en voz baja.

Me eché a reír.

—¡Eso suena a gamberrada total! —respondí.

Nicolás asintió y me pidió que mantuviera el secreto, ya que muy pocos lo sabían. Este se desveló no mucho después, la novela salió a la calle y tuvo una acogida excelente, al extremo de que no solo se reimprimió enseguida, sino que se preparó una edición en castellano.

Me hice con la novela en cuanto estuvo disponible, aunque tardé en leerla. No porque no tuviese ganas (¿cómo no iba a tenerlas con una premisa tan loca como esa?) sino porque, por desgracia, a medida que me hago mayor, cada vez me cuesta más leer ficción.

Al fin, este fin de semana, mientras me recuperaba del COVID, he aprovechado para echarle un tiento.

Y no me he arrepentido.

Estamos ante una novela corta en un tono claramente deudor del pulp y con un ritmo casi endiablado. Otros autores contarían lo mismo en trescientas, cuatrocientas, quién sabe si quinientas páginas. Adrián Carbayales necesita poco mas de cien para narrar la historia de forma dinámica en un puro pasapáginas lleno de acción que se devora a velocidad de vértigo y deja con ganas de más.

¿Es la mejor novela del mundo? ¿Una de las cimas de la literatura universal?

No. Y no creo que su autor lo pretendiera.

Es una novela entretenida, dinámica, muy bien narrada, con personajes delineados de forma rápida y contundente y situaciones descritas con una eficacia de medios nada desdeñable. ¿Un puro divertimento? Diría que sí, de no ser porque el adjetivo «puro» me da urticaria. Siempre he pensado que la pureza es lo peor que le puede pasar a cualquier forma de arte; la pureza es endogamia, es anquilosamiento, es caer una y otra vez en lo mismo.

La novela de Carbayales es híbrida, mestiza, surgida de una amalgama de influencias en las que está no solo la literatura y el cine de vampiros, sino el cómic de superhéroes y, sí, aunque parezca mentira, la narrativa clariniana; es una novela de acción que no renuncia a la reflexión, aunque sea a velocidad de vértigo; un pastiche que, como deben hacer los buenos pastiches, va más allá del modelo del que surge.

Es, como diría Jabba el Hutt, es «mi tipo de escoria», la clase de narrativa que siempre me ha gustado, como autor y como lector, una mezcla imposible de géneros disímiles que, sin embargo, funciona. Una declaración de amor por la novela popular, por la aventura, por el puro placer de contar una historia que funcione, pasarlo bien en el proceso y hacérselo pasar bien a los demás.

Como primera novela, como carta de presentación de un nuevo autor, sin duda cumple su función a las mil maravillas. De momento yo ya estoy esperando nuevos libros de Carbayales, ya sean en el universo de ficción que crea en esta maravillosa gamberrada, ya en otros.

Recomiendo leer la edición en asturiano. Que, de verdad, no es difícil y con un poco de esfuerzo se entiende bastante bien. Si pese a todo, preferís ir a lo seguro, ahí está la edición en castellano. Bajo estas líneas podéis ver ambas portadas. Seguro que a más de uno la de la edición en castellano le recuerda el que posiblemente sea el más famoso cross-over de la historia del cómic. Toda una declaración de intenciones, por otro lado.