Confieso que, pese a ser fan del personaje, nunca presté demasiada atención a los cómics de Conan que editaba Dark Horse, editorial que se hizo con los derechos del cómic después de que Marvel los perdiera (o decidiera no renovarlos, algo que nunca me quedó muy claro).
Es curiosa esa actitud por mi parte, no solo por mi querencia por Conan, sino porque era consciente de que los equipos creativos de las distintas series de Dark Horse dedicadas a él eran gente solvente, con capacidad más que sobrada para sacarle partido al personaje y su entorno y presentar una imagen renovada que fuese más allá de lo que Marvel había hecho.
Como sea, eso fue lo que sucedió. El Conan de Dark Horse me pasó por completo desapercibido y, en realidad, hasta que los derechos del personaje volvieron a Marvel, no empecé a interesarme por esa etapa de Conan en el noveno arte.
Empecé por este integral, que recoge las cinco miniseries en las que Timothy Truman al guión y Tomás Giorello al dibujo adaptaron los relatos de Howard desarrollados en la época en la que Conan es rey de Aquilonia… más o menos, algo que se verá más en detalle en líneas siguientes.
Lo cierto es que este Conan de Truman/Giorello (y no quisiera olvidar el excelente coloreado de José Villarrubia) me ganó desde el primer momento. La adaptación que realizan de los distintos relatos howardianos es siempre modélica sin resultar nunca servil, con momentos visuales absolutamente espectaculares (y en ocasiones inquietantes, como ese viaje por las mazmorras en La ciudadela escarlata) y una estructura narrativa que potencia la historia, la enriquece y le da nuevo sentido.
En cierto modo, Truman decide crear una suerte de fix-up, pues todas las historias (salvo numerosas partes de la última) son en realidad un flashback, y cada capitulo se abre y se cierra con un Conan viejo pero aún poderoso que ejerce de cronista para su escriba, un joven de origen nemedio al que le han encargado recoger del labios del propio rey algunos momentos fundamentales de su reinado. Los fans de Howard reconocerán con facilidad el guiño evidente a la cita de Las crónicas nemedias con la que se abre El fénix en la espada, ese «Has de saber, oh, príncipe…».
Ese recurso, que en las tres primeras historias (La ciudadela escarlata, El fénix en la espada y La hora del dragón, esta última dividida en dos partes) cumple simplemente su función de argamasa narrativa para que el resultado sea algo más una simple colección de historias independientes, juega un papel mayor y más importante en la cuarta y última, Lobos allende la frontera, que pese al título no es ninguna adaptación de ninguno de los dos borradores del mismo nombre. La trama escrita por Howard queda aquí condensada en unas pocas páginas al principio de la historia, que es, en su mayor parte, una creación original de Timothy Truman en la que además aprovecha para que esa crónica de un Conan crepuscular sirva de puente entre las historias de Kull en el remoto pasado y las de Bran Mak Morn, en el distante futuro.
Como narrador, Truman camina con paso firme y decidido entre el amor hacia el material del que parte y la necesidad de aportar su propia visión sin traicionar el original en el proceso. Sale triunfante del desafío y consigue volver a Conan completamente suyo sin que deje de ser de Howard en ningún momento. Los pequeños cambios que realiza en las adaptaciones (como darle a Zenobia un papel más activo en La hora del dragón) resultan bienvenidos y son pertinentes, y no desvirtúan la historia en ningún momento.
Pero su Conan no tendría la mitad de fuerza sin el trabajo del artista argentino Tomás Giorello, que se encarga del lápiz y la tinta. Tanto su Conan maduro como el más anciano que aparece en las secuencias narrativas del presente son enormemente creíbles, y no pierden un ápice de la fuerza y la presencia imponente que debe tener un personaje como Conan. Pocas veces un dibujante me ha ganado casi en la primera página como lo ha hecho Giorello, y desde ya mismo me considero fan suyo a muerte. La Era Hibórea que sus lápices dibujan tiene un poder evocador tremendo, resaltando con eficacia lo atractivo del escenario creado por Howard. Sus splash pages son para quedárselas mirando un buen rato con la boca abierta. Y, como ya he dicho, las páginas que dedica al recorrido de Conan por las mazmorras subterráneas en La ciudadela escarlata son pura psicodelia pesadillesca y resultan inquietantes y hermosas a un tiempo.
No quiero terminar sin mencionar a José Villarrubia, colorista de estas historias. Su manejo de la paleta de colores potencia siempre el dibujo de Giorello sin ahogarlo y contribuye en gran medida a hacer de este Conan uno de los mejores que he leído en cómic… o quizá el mejor.
Tengo pendiente el otro integral de los mismos autores, dedicado en esta ocasión a las aventuras de Conan antes de llegar al trono de Aquilonia. Sospecho que no me decepcionará.