MORFEO Y YO
Dejé de leer cómics en la adolescencia; volví a ellos con veintipico años.
A día de hoy desconozco el motivo de mi abandono: mis gustos no cambiaron radicalmente aquellos años, solo fueron ampliándose un poco, así que me resulta chocante por qué decidí dejar de lado los tebeos y, especialmente, el género que entonces me fascinaba: los superhéroes.
En cuanto a por qué volví… Sé que que un día pasé junto a un quiosco y que vi una portada de un tebeo de Superman en el que este estaba separando a Lana Lang de Lois Lane, que querían zurrarse la badana. En una esquina de la portada se leía: «Garantizo que esta escena NO está en el interior». La cosa me hizo gracia y me compré el cómic llevado por la curiosidad.
No es el que fuera el mejor tebeo que hubiese leído en mi vida, pero su nivel de sofisticación estaba bastante lejos de los Superman que recordaba. Además, las cosas que se anunciaba en las páginas de publicidad me llamaron la atención, tenían buena pinta. Era material de DC, una editorial y unos personajes que en mi infancia había conocido a trompicones gracias a los tebeos que nos llegaron de la editorial mexicana Novaro y que, más tarde, Bruguera publicó (destrozándolos en el proceso, como también hizo con Marvel) en nuestro país. Conocía razonablemente bien el material de Marvel, que comprendía el 80% de mis lecturas tebeísticas de la infancia, pero DC era para mí un territorio semi desconocido. Más allá de Superman y Batman, me sonaban un poco Flash (curiosamente, porque recordaba un tebeo de la infancia donde ambos aparecían, conocía de la existencia de un Flash de otro universo con un casco con alas en la cabeza), Linterna Verde y Flecha Verde. Y ya.
Poco después, quién sabe si aquella misma semana, me enteré de que existía en Gijón (la ciudad en la que vivo y vivía) una librería especializada de nombre Haxtur.
Me acerqué allí una tarde… y fue como volver a casa.
Tenéis que entender que aquel momento coincidió con la explosión de creatividad con la que DC pilló a todos con el pie cambiado (sobre todo a Marvel) en la segunda mitad de la década de los 80: en los estantes de Háxtur estaba el Watchmen de Moore y Gibbons, El regreso del señor de la noche de Miller, las Crisis en Tierras Infinitas de Wolfman y Pérez, el Superman de Byrne, el Ronin de Miller, la Cosa del Pantano de Moore, la Wonder Woman de Pérez, el Batman Año Uno de Miller y Mazzucchelli, el V de Vendetta de Moore y Lloyd, la Liga de la Justicia de Giffen y DeMatteis…
Me enamoré. O para ser más exactos, volví a enamorarme. Y basculé mi filias de Marvel a DC. Eso no quiere decir que no pillase material Marvel en esa época, pero lo que me hacía tilín en aquel momento era sobre todo DC.
Y entre todo aquel material, en uno de los números de una colección llamada Universo DC, donde Ediciones Zinco presentaba números sueltos de distintas colecciones para tantear el gusto del público y ver la posibilidad de publicarlas completas, di con una cosa llamada Sandman.
Me atrapó desde el primer momento. Pese al dibujo feísta de Sam Kieth al principio y el bastante incompetente de Mike Dringenberg después, había algo en aquella historia del rey del país de los sueños que me atrapó con fuerza y no me dejó tranquilo.
No fui el único, al parecer, pues Zinco no tardó en publicar la serie regular. Algunos años después desapareció como editorial y fue Norma la que tomó el relevo y remató la saga. Luego, Planeta inició una ambiciosa edición absolute en tapa dura y llena de extras que ECC culminó… y desde entonces ECC ha reeditado Sandman unas cuantas veces.
Han pasado treinta y un años desde aquel 1991 en el que en el número 26 de Universo DC le vi la cara a Morfeo por primera vez. En ese periodo Sandman (junto con El señor de los Anillos, Cien años de soledad, La colina de Watership y Yo, Claudio) se ha convertido en una de las obras que más veces he releído a lo largo de mi vida. Para mí, una de las cumbres de la narrativa fantástica del pasado siglo XX.
ENTRE LA ESPERANZA Y EL MIEDO
Imaginaos cómo me sentí cuando supe que, por fin, había serie de televisión en marcha sobre Sandman en la que, además, Neil Gaiman, el autor del tebeo, se iba a involucrar al 200%.
Una parte de mí gritó «¡Por fin!»; otra se dijo: «Ufff».
Por aquel entonces, la única serie basada en creaciones de Gaiman que había visto era la primera temporada de American Gods. Por decirlo sin tapujos, salvo los momentos en los que aparecía en pantalla el gran Ian McShane interpretando a Odín, la serie me parecía mala. Mala y encima pretenciosa.
Así que eso no me hacía sentir muy esperanzado.
Luego vi Good Omens, adaptación de la novela escrita a medias por Gaiman y Terry Pratchett y donde el primero se involucró bastante más en la producción, con resultados a mi entender mucho más satisfactorios que en American Gods. Good Omens no solo es una serie excelente, sino que cuenta con un casting de lujo; tanto David Tennant como Michael Sheen se comen la pantalla cada vez que asoman. De hecho, son tan buenos que me encantaría ver una versión de Good Omens en la que Tennant hiciera de Aziraphale y Sheen, de Crowley. Estoy seguro de que el resultado sería tan cojonudo como el que ya conocemos, y al mismo tiempo, totalmente distinto.
Así que una de cal y otra, de arena. Aunque la muestra era demasiado pequeña para ser significativa, parecía notarse una cierta tendencia: cuanto más se involucraba Gaiman en la adaptación, mejor resultaba esta.
Así que si los rumores sobre que en Sandman iba a ser uno de los showrunners eran ciertos, había lugar para la esperanza. Claro que hay lugar para la esperanza hasta en el infierno, como aprendió Lucifer a las malas.
El tiempo pasó. Empezamos a ver fotos promocionales, algún teaser, trailers más elaborados… Y aunque trataba de sujetar con firmeza las riendas de mis emociones, ser prudente y no entusiasmarme, una y otra vez el corazón se me salía del pecho de pura esperanza y expectación. Cada pequeño detalle que nos mostraban tenía tan buena pinta… Ah, por favor, que no la caguen, me decía.
Cuando por fin se estrenó mi idea era esperar al sábado para verla con Felicidad, mi pareja. Sandman era la típica serie que nos encantaría ver de un tirón el fin de semana, así que era el proceder lógico.
No fue así. Le dije a Felicidad que, sin perjuicio de volver a verla el sábado, me iba a poner con ella el viernes a partir de las nueve de la mañana, que era la hora del estreno en España.
Así fue. Me puse a verla a las nueve y terminé ocho horas y media más tarde.
UNA ADAPTACIÓN MODÉLICA
Esta primera temporada adapta los dos primeros arcos argumentales del cómic, Preludios y nocturnos y Casa de muñecas junto a dos historias autoconclusivas que ejercen de pivote narrativo en el ecuador de la temporada: El son de sus alas y Caballeros de fortuna, agrupadas en un solo episodio de la serie de TV con el título de la primera.
Enseguida me quedaron claras unas cuantas cosas. La adaptación estaba llena de pequeños cambios. No hablo de los que han despertado el escándalo entre gentuza con la cabeza llena de mierda que de verdad creen que términos como «woke» o «inclusividad» son un insulto y no se dan cuenta de que su uso de esos términos los define a ellos y no a los términos. Y francamente, si afirmas haber leído Sandman y no eres consciente de que Deseo siempre ha sido no binarie y de que Lucifer, como ángel que es, carece de sexo, o no has leído Sandman o tienes la comprensión lectora por los suelos, chaval, vuelve a párvulos a ver si de esta te sale mejor.
Y menos mal que esta primera temporada no adapta A game of you. Aunque ya llegaremos a ello, supongo que en la siguiente y entonces a muchos les volará la cabeza con elalegato anti tránsfobo que hay en las páginas de esa saga.
Pero paso de seguir hablando de eso. Cuanto más incomode Sandman a esas personas, mucho mejor. No es que se merezcan otra. Bueno, sí, pero mejor me callo.
Volviendo al asunto, me refiero a pequeños cambios en la trama, en la historia, hablo de que en la pantalla las cosas no pasan del mismo modo que en los cómics, ni les pasan exactamente a las mismas personas, hablo de que la historia cambia, de que la misma estructura básica de la trama ha cambiado y se ha alterado, de que los motivos, los actos, las consecuencias de lo que hacen y dicen unos cuantos personajes no son para nada los del tebeo.
Y al mismo tiempo, lo que consiguen todos esos cambios es lograr que la fidelidad hacia el material que se adapta sea apabullante. Cuanto más se alteran ciertas secuencias o determinadas tramas, más Sandman es este Sandman, en una pirueta difícil que el equipo de guionistas de la serie (imagino que con Gaiman al frente) resuelven de una forma brillante.
Sandman, como adaptación de un cómic, no puede estar más lejos del snyderismo de 300 o Watchmen (películas que, me apresuro a decir, no me disgustan); especialmente de esta última, maniáticamente fiel en la superficie al cómic que adapta al tiempo que le asesta una puñalada trapera ideológica al original y lo traiciona hasta extremos bochornosos.
Los cambios de Sandman obedecen a muchos motivos.
El primero y más evidente es que las necesidades y los códigos narrativos de cómic y televisión son distintas. No creo que sea necesario decir más al respecto.
El segundo que, ya sea de forma voluntaria, ya por exigencia de DC, se ha eliminado sistemáticamente cualquier referencia a ese universo y sus superhéroes (John Constantine es sustituido por Johanna Constantine, la Liga de la Justicia no aparece, el John Dee que vemos aquí no tiene nada que ver con el villano de ese grupo de superhéroes y los Hector y Lyta Hall que salen en la segunda mitad de la serie no son los miembros del grupo Infinity Inc. que eran en el cómic). En realidad, la única referencia a DC que ha quedado en la serie, críptica y de pasada, es cuando en la «Convención de Series» el Corintio dice que el Hombre del Saco murió dos años atrás en un pantano de Luisiana… algo que, en efecto, sabíamos bien los lectores de la Cosa del Pantano de Alan Moore.
Pero creo que el motivo más importante es que Gaiman ha tenido la oportunidad de volver sobre la niña de sus ojos treinta y pico años después y contarla de nuevo, ya no como un chaval de veintipico años que se está buscando a sí mismo como narrador (y en el proceso está creando una puñetera obra maestra) sino como un escritor maduro y experimentado que sabe todo lo que aquel chaval desconocía entonces y cómo ponerlo en práctica.
Es algo arriesgado. Tiene que volver sobre historia, contarla mejor de lo que entonces la contó, pero no debe desvirtuarla en el proceso. Tiene mantener intacto lo que la hacía ser ella misma. Tiene que conseguir, de hecho, que sea más ella misma que la original, cuando aún era un escritor que no estaba del todo a la altura de lo que escribía.
En mi opinión, lo ha conseguido con creces. Casi todos los cambios mejoran la historía, están mejor centrados en el foco de esta y están siempre a su servicio. Como dije, en cierta forma, este Sandman es más Sandman de lo que lo era el original
Como si fuera destilación de su esencia, en cierto modo.
¿PERFECTA?
Ni de lejos. Del mismo modo que los dos primeros arcos argumentales del cómic están lejos (por suerte) de ser lo mejor de este, esta primera temporada es sin duda mejorable. Y mejorará, no me cabe duda, como el cómic fue mejorando con cada nuevo arco argumental y cada nueva historia autoconclusiva.
Pero el balance es positivo, para mí. Enormemente positivo. La serie mantiene la esencia evocadora del tebeo, trata bien a los personajes, tiene un casting excelente, un diseño de producción cuidado y un equipo de narradores con las ideas claras y que parecen saber muy bien cómo tratar el material del que parten: con cariño y respeto, pero sin miedo.
Esta primera temporada es, espero, solo un atisbo de lo que está por llegar. Y creo que lo que está por llegar puede ser muy grande. Es una presentación de personajes y entorno y una declaración de intenciones.
Por si alguien lo dudaba, el sábado volví a verla, por supuesto, ahora acompañado de Felicidad y con nuestras dos gatas, Rángiku e Íchigo, apareciendo de vez en cuando, mirando decepcionadas a la pantalla y yéndose. Sospecho que estaban esperando el episodio de «El sueño de un millar de gatos» y no les ha gustado que aún no apareciese en esta temporada.
Así que al loro, señor Gaiman y compañía, más les vale no defraudar a mis gatas.