No es mi intención hablar de Howard como autor de ciencia ficción, aunque se podría defender la idea[1]. No solo porque escribió unos cuantos relatos (y una novela inacabada) que se pueden encuadrar sin problemas en el género, sino porque su fantasía, empapada de materialismo, a menudo era ciencia ficción más o menos camuflada, algo que queda patente en el relato «La torre del elefante», cuando se nos presenta al supuesto monstruo encerrado en la torre que da nombre al relato como un alienígena procedente de una avanzada civilización que ha quedado varado en la tierra.

Como digo, la idea de Howard como autor de ciencia ficción, entre muchos otros géneros, es defendible sin mayores problemas[2].

Pero el título de este texto no es «Howard y la ciencia ficción», sino todo lo contrario. De lo que pretendo hablar aquí es del modo en que reaccionó en su momento parte de la comunidad de lectores, escritores y especialistas de ciencia ficción a la obra de Howard, concretamente a Conan.

He aquí lo que comenta Damon Knight en su libro de reseñas In Search of Wonder, donde pretende dar un repaso al panorama de la ciencia ficción y la fantasía de origen pulp:

Los cuentos de Howard carecen de la verosimilitud de los De Camp; Howard nunca intentó dotar a su absurda saga del acento de la verdad (o no fue lo bastante inteligente para lograrlo), pero tiene algo de lo que carecen los cuentos de De Camp: una viveza, un color, un brillo de polvo de sueño, incluso cuando más ofensivos son para la mente racional.

Howard tenía la ventaja del maníaco de creer en todo lo que escribía; De Camp es demasiado sensato para creer de todo corazón en cualquier cosa…

Todas las grandes fantasías, supongo, han sido escritas por hombres emocionalmente lisiados. Howard era un recluso y un hombre tan morbosamente apegado a su madre que cuando ella murió se suicidó…[3]

Sería gracioso, si no resultase triste, que para justificar que las incursiones de De Camp en la espada y brujería no le llegan ni a la suela de los zapatos a lo que Howard escribía, tenga que echar mano de la idea de la locura. Sí, Howard era mejor escritor, pero solo porque estaba loco.

Pero, claro, Sprague de Camp era un «de los suyos», un respetado compañero autor de ciencia ficción.

Que piense que los cuentos de Howard carecen del «acento de la verdad» o que no son verosímiles no es de extrañar, teniendo en cuenta que algunas páginas después añade:

No soy un gran amante de la fantasía; la mayor parte de Merritt me aburre hasta la náusea; lo mismo ocurre con Howard y Lovecraft.[4]

Con lo cual básicamente está reconociendo que, por filias y fobias, no está capacitado para analizar, no digamos ya valorar, el género al que está poniendo como chupa de dómine.

Los comentarios de Knight calaron en la comunidad de ciencia ficción. Lo cual en realidad no es extraño, ya que el pensamiento de este no era más que el reflejo del de una parte de los aficionados a este género en los años cuarenta y primeros cincuenta:

La mayor parte del público de la ciencia ficción al que Knight dirigía esos comentarios estaba tan firmemente atrincherado en su estrecho punto de vista que era incapaz de apreciar cualquier cosa que no estuviera directamente relacionada con cohetes en forma de cigarro.[5]

Mark Finn, en el párrafo que acabo de citar, carga un poco las tintas. No me atrevería a asegurar que esa actitud era propia de la mayor parte de los lectores de ciencia ficción. La experiencia y el sentido común, de hecho, me dicen lo contrario, que una buena parte de ellos eran también lectores de fantasía, de terror y de espada y brujería, del mismo modo que autores como Poul Anderson, Leight Brackett, Catherine L. Moore, Henry Kuttner o Fritz Leiber transitaban de un género a otro sin mayores problemas.

Pero la experiencia también me dice que una parte no desdeñable del núcleo más acérrimo de lectores de ciencia ficción estaban en esa onda de pensamiento y despreciaban la fantasía, a la que veían como algo menor e intrascendente que, en cierto modo estaba ocupando un espacio editorial que no le pertenecía y que debería ser solo para la ciencia ficción. La misma experiencia me dice que esa minoría fanática, cerril y cargada de prejuicios y arrogancia era sin duda más ruidosa que el resto y tenía acceso a canales de comunicación pública en los que esparcir su visión estúpida de las cosas.

¿De qué experiencia hablo?

Del panorama que pude ver en España a finales de los años ochenta y principios de los noventa.

Quizá me equivoque, pero la sensación que siempre he tenido a partir de mis lecturas sobre el fandom estadounidense de los años cuarenta y primeros cincuenta es que compartía con el fandom español de finales del siglo xx unos cuantos puntos en común en cuanto a dinámicas, pensamiento y comportamiento.

Y esa actitud hacia la fantasía en general y la fantasía pulp en particular es uno de esos elementos. Había un amplio porcentaje de lectores, autores y especialistas que disfrutaban sin problemas de ambos géneros y un pequeño reducto de «auténticos fans» (de esos que reparten carnés y les dicen a los demás qué merece la pena ser leído y qué no) que odiaban la fantasía y pensaban que ocupaba un espacio que no le pertenecía. De hecho, se subían por las paredes al ver que un género no menos friqui que la ciencia ficción estaba consiguiendo el éxito comercial (y, gracias a autores como Tolkien, una cierta respetabilidad crítica y académica) que se le negaba una y otra vez a la CF.

Como digo, eran una minoría. También eran ruidosos, tenían púlpitos y hasta contaban con algún «experto» que otro. Igual que en Estados Unidos en su momento. Y, como pasó en Estados Unidos, tanto ellos como su actitud ha caído en el olvido, que es lo mejor que podía pasar.


[1] A menos, claro, que quien lea esto opine que solo la ciencia ficción «hard» es auténtica ciencia ficción. No diré lo que pienso de una visión tan reduccionista, simplista y miope del género.

[2] Como lo es también la idea de que en la etapa final de su obra, de H. P. Lovecraft abandona los clichés y tropos de la fantasía para embarcarse de lleno en algo que es, sin excusas ni cortapisas, pura ciencia ficción.

[3] Citado en A sangre y fuego. La vida y la obra de Robert E. Howard. Spórtula, 2023. Traducción de Rodolfo Martínez. Página 445.

[4] Citado en A sangre y fuego. Página 447.

[5] A sangre y fuego. Página 447.