Asumo que buena parte de los que me están leyendo saben que en la primera edición de «El Hobbit», Bilbo conseguía el anillo de un modo muy diferente a como se cuenta en «El señor de los Anillos».
Veámoslas:

Gollum propone un juego de acertijos con una apuesta: si Bilbo gana, recibirá un regalo de Gollum, concretamente el anillo mágico que tiene este, que otorga invisibilidad a su portador. Pierde y al ir darle el anillo a Bilbo descubre que lo ha perdido (Bilbo lo ha hallado previamente sin saber su importancia). Gollum se entristece, pero en lugar de enfadarse guía a Bilbo hacia la salida de las cavernas de manera amistosa.
(El Hobbit, 1937)

Gollum, que es mucho más siniestro aquí, propone un juego de acertijos, pero no solo no ofrece ningún anillo si pierde (solo le mostrará la salida), sino que está dispuesto a comerse a Bilbo si gana. Y cuando descubre que ha perdido el anillo reacciona con rabia y culpa (acertadamente, pero de casualidad) a Bilbo de habérselo quitado.
(La comunidad del anillo, 1954)
El cambio surge cuando Tolkien está inmerso en la creación de lo que con el tiempo sería «El señor de los Anillos», pero que aquel momento aún era «El nuevo Hobbit».
El autor ha decidido que el anillo que Bilbo obtuvo en la novela anterior sea en realidad el maléfico Anillo Único de Sauron, el temible Señor Oscuro de Mordor. Con esa idea en mente se da cuenta de que la escena en «El Hobbit» en la que Bilbo lo consigue no funciona: un anillo con las características de poder corruptor y maléfico que Tolkien ha decidido otorgarle tendría tan atrapado a su portador que difícilmente se lo regalaría sin más, por no mencionar que la escena original carece por completo de tensión dramática.
Durante mucho tiempo, Tolkien intenta, dentro de «El señor de los anillos» recontar ese momento de la novela anterior sin cambiar lo ocurrido pero matizándolo, tratando de darle un subtexto más ominoso.
Fracasa.
Tras reconocer su fracaso, simplemente, escribe la nueva versión y la considera «la real», la canónica; es la que se manejará durante todo «El señor de los anillos». Reescribe, eso sí, el capítulo de «El Hobbit» titulado ‘Acertijos en la oscuridad’ para que coincida con la nueva versión, de modo que cuando haya posibilidad de reeditar la novela, sea con esa versión y no con la original.
Y así sucede en 1951: se reedita «El Hobbit» con la nueva versión de la historia.
Sin embargo, no está satisfecho. Y es con esa insatisfacción con la que llegamos a lo realmente maravilloso de esta historia.
El autor está revisando «El señor de los anillos» para su publicación. Es consciente de que lo leerán tres tipos de personas:
- Las que no leyeron «El Hobbit»
- Las que leyeron la primera edición de «El Hobbit»
- Las que leyeron la segunda edición de «El Hobbit».
No hay ningún problema ni con a) ni con c), pero ¿qué pasa con los que están en el segundo caso? Es injusto para ellos: han leído una versión de cómo Bilbo se hizo con el anillo y de pronto se encuentran en la siguiente novela con una historia radicalmente distinta.
Si por lo menos la existencia de la segunda edición borrase retroactivamente la primera… Pero, claro, eso no pasa, con el resultado de que estamos ante una incoherencia textual.
Y eso a Tolkien le toca las gonadillas hasta el infinito y más allá.
¿Qué hace?
Muy sencillo.
Cuando en el Prólogo de «El Señor de los Anillos» describe la historia del encuentro entre Bilbo y Gollum da, como ya he dicho, la nueva versión, pero añade que en un principio Bilbo fue reacio a contar lo que había pasado y que en su lugar narró la primera versión como la real[1]. Y llegó a poner esa versión por escrito en su «Historia de una ida y una vuelta», la crónica de sus aventuras que conocemos bajo el título de «El Hobbit». Fue Frodo, a quien Bilbo nombra su heredero en todos los sentidos y al que le da sus obras, quien recoge la versión correcta y la pasa al papel.
Y de este modo brillante, Tolkien incorpora la historia textual de «El Hobbit» al lore de la Tierra Media; ambas versiones existen allí y las dos son canónicas:
- La primera es la mentira que contó Bilbo a los enanos (y a Gandalf) y que pasó a algunas de las versiones de «El libro rojo de la frontera oeste» (fuente, se supone, de «El Hobbit» y «El señor de los anillos»… y de «El Silmarillion», según algunos).
- La segunda es la verdad que le contó a Gandalf después de que este le presionara. También se la contó a Frodo algo después y este la pasó a las nuevas copias de «El libro rojo de la frontera oeste».
De este modo, si un lector llegaba a «El señor de los anillos» desde la primera edición de «El Hobbit» tenía una explicación clara de por qué no coincidían ambos libros en ese detalle. Los que llegasen desde la segunda (o desde ninguna) no le darían más importancia al hecho de que se hablase de dos versiones, pues se dejaba claro cuál era la real.
Para muchos lectores, esta obsesión por la coherencia es una tontería y no le darán importancia al modo en que Tolkien la resolvió. Tienen derecho a esa opinión equivocada, por supuesto. Para mí, es una muestra más (una de tantas) de lo bueno que era.
[1] El hecho de que Bilbo, que rara vez mentía, contase una patraña tan absurda sobre el modo en el anillo había llegado a su mano fue uno de los factores que le puso la mosca detrás de la oreja a Gandalf, por cierto, y lo hace investigar sobre qué anillo puede ser ese. Con lo que no solo se aprovecha para recalcar la naturaleza maléfica del Anillo (Bilbo miente porque este le influye sutilmente para que no diga la verdad) sino que la incongruencia textual ayuda a que la trama funcione.