Hay lectores que odian los mapas y otros que los adoran. Alguien me dijo una vez, por ejemplo, que jamás leería una novela con mapa. Cada lector es soberano con lo que decide leer y lo que no, evidentemente, pero como norma me pareció un tanto limitante: la presencia o ausencia de un mapa no va a hacer que la novela sea ni mejor ni peor, y limitarse de esa manera puede llevarte a no leer libros que tal vez te habrían gustado.
Entre los escritores ocurre otro tanto; a algunos les encanta incluirlos en sus libros y otros no tienen el menor interés por ello. A algún escritor le leí alguna vez afirmar que todo lo que no fuese la novela en sí no le interesaba lo más mínimo, ni como lector ni como escritor. No se refería solo los mapas, sino cualquier tipo de apéndice, extra o añadido; para él era algo que no tenía el menor sentido y que se escapaba del ámbito de lo literario.
No diré lo que pienso de esa afirmación; me limitaré a afirmar que estoy en el polo opuesto de esa idea. No solo me encanta que las novelas tengan mapa, sino que adoro que vengan con material extra, ya sea una cronología de de eventos del escenario ficticio, un cuadro genealógico de la familia protagonista, un extenso apéndice dedicado a la descripción de los lenguajes ficticios usados en la novela… Y como autor no solo no lo encuentro extraliterario, sino que me parecen una parte legítima del juego de creación. Habrá novelas que ni pidan eso ni lo necesiten. Habrá otras que sí. Y habrá otras que, aunque no lo pidan, se verán enriquecidas con esas aportaciones.
Por supuesto, es la propia novela sin más apoyo la que debe proporcionar todo lo necesario para que el lector la lea, la comprenda y la disfrute, en ningún momento se me ocurriría afirmar lo contrario. Pero esos extras que he mencionado pueden aumentar el disfrute y añadirle a lo que hemos leído una textura interesante. Si la novela es mala, un material adicional molón no va a arreglarla, pero si es buena, puede resaltarla.
Hablemos de los mapas en concreto. Más que nada porque si me dejo ir por el terreno del material adicional podía pasarme horas comentando lo que será el quinto volumen de El hueco al final del mundo, que precisamente estará dedicado (una vez completada la novela con los cuatro anteriores) a ese material adicional.
En mi caso son una pasión desde la adolescencia. No creo que a nadie le sorprenda si digo que todo es por culpa del mapa que Christopher Tolkien creó para El señor de los anillos. Leer la novela mientras, al mismo tiempo, iba siguiendo por el mapa la ruta de la Comunidad del Anillo no volvió la novela ni mejor ni peor, pero aumentó mi disfrute. En aquellos días, las primera ediciones en español de la novela de Tolkien solo incluían el mapa en el primer volumen. Venía plegado y pegado en la guarda de la contraportada; así que lo despegué con mucho cuidado, fui a la fotocopiadora más cercana y realicé tres copias, que doblé con cuidado y pegué en los tres volúmenes. Tuve la previsión de guardar el original aparte por si necesitaba hacer más copias.
Durante mucho tiempo ese mapa fue para mí el estándar por el que se medían todos los demás mapas. Y hasta cierto punto, lo sigue siendo. Cuando, allá a los quince años, decidí que iba a escribir mi propio Señor de los Anillos, lo primero que hice fue dibujar un mapa, en el que intenté seguir, con más ilusión que buen hacer, el estilo del mapa de Christopher Tolkien.
En general los mapas son más habituales en la fantasía (y también, con cierta frecuencia, en la novela histórica) que en la ciencia ficción. No tendría por qué ser así; muchas novelas de ciencia ficción se desarrollan en otros planetas, reales o ficticios, y sería perfectamente legítimo trazar un mapa de esos lugares, o de parte de ellos. Se ha hecho a veces, como en Dune, o Los ingenieros del Mundo Anillo, si la memoria no me falla, pero no es lo habitual. Sin embargo, es difícil encontrar una novela de fantasía épica de ambientación pseudomedieval sin su correspondiente mapa. A veces hasta con un plano de la ciudad en la que se desarrolla.
A lo largo de mi carrera he realizado mapas unas pocas veces. Casi siempre en los últimos años, en buena medida porque el desarrollo de herramientas informáticas de tratamiento gráfico (y, más recientemente, de creación de mapas) me permitían más libertad y mejores resultados que mis escasas (por no llamarlas inexistentes) dotes para el dibiujo.
Creé un mapa de Érvinder, el escenario en el que se desarrolla mi saga El adepto de la Reina y también he creado otro para El hueco al final del mundo, la novela que estoy publicando por entregas en este momento. El adepto de la Reina no puede ser considerado fantasía épica, aunque comparte ciertos elementos con ese género y, de hecho, hacia el final de la saga bascula un poco hacia la ciencia ficción. En cuanto a El hueco al final del mundo, es ciencia ficción, no fantasía, y al contrario que en la saga del adepto, donde jugaba un poco con la ambigüedad creo que en este caso lo he dejado claro desde el principio.
También creé algún mapa para la edición de Conan que he realizado para Sportula y, sobre todo, para mi novela sobre el cimerio La canción de Bêlit, en la que repaso la etapa de Conan como corsario de la Costa Negra en compañía de la capitana del Tigresa. Me siento muy contento con el que realicé para la ciudad de Jemi, por ejemplo.
El último mapa que he hecho abarca un territorio más limitado. Se trata de los tres que se incluyen con Encrucijada, el libro que acabo de publicar hace unos días y que, en el fondo, son uno solo: un mapa general de una región y el detalle de dos zonas de esta.
¿Es Encrucijada fantasía? Podría considerarse que sí, en cuanto a la ambientación, en una suerte de pseudo-Roma que no tiene existencia real ni pretende tenerla. Pero también se podría decir que no, ya que la peripecia de la novela es totalmente realista. Como ya he contado en otra parte, se trata de un policiaco tradicional con elementos costumbristas.
En su día realicé un mapa muy tosco, para tener una idea del territorio por donde me movía. Gracias a Inkarnate, este año he estado trabajando en una versión algo mejor que reproduzco a continuación.
En primer lugar podéis ver una buena porción de la región en la que se encuentra la villa de Encrucijada. Hay varios caminos y uno de ellos lleva a Urbe, la capital de la República, y otro al cenobio que hay cerca de la villa:
El segundo mapa muestra, con cierto detalle, la propia villa de Encrucijada, y se señalan en ella diversos lugares que tendrán su importancia en la novela:
Por último, una ampliación en la que se ve el cenobio que hay cerca de Encrucijada, un lugar que tiene su importancia para la historia y que los personajes visitan con cierta frecuencia:
Y eso es todo. Espero que os hayan gustado. Lo cierto es que hoy en día hay herramientas estupendas para crear mapas, algo que con lo que yo no habría podido soñar allá a principios de los años ochenta, cuando leía El señor de los Anillos.