Hey you, out there in the cold
Getting lonely, getting old
Can you feel me?

Hey you, standing in the aisles
With itchy feet and fading smiles
Can you feel me?

Roger Waters

Soy consciente de que, de unos años a esta parte, me he convertido en una figura bastante irrelevante dentro del panorama español de la ciencia ficción y la literatura fantástica. La repercusión de mis libros es entre mínima y ninguna, la cantidad de personas que me lee va en descenso con los años y a estas alturas dudo que ninguna editorial se interese gran cosa por lo que pueda estar preparando o por contratar mi próxima novela. De hecho, si no publicase en Sportula, mi editorial, lo más probable es que no encontrase editor para lo que escribo.

Tengo la sensación (aunque quizá me equivoco) de que ese giro hacia la irrelevancia como autor empezó en 2009, precisamente con el nacimiento de Sportula y la publicación como primer título de la editorial de El adepto de la Reina, novela que edité yo mismo porque en aquel momento ninguno de los editores con los que me habría interesado publicar tenía el menor interés en mí y los editores que se se habrían interesado por mí no me resultaban demasiado interesantes.

Estoy casi seguro de que fue el inicio de la situación en la que me encuentro. Lo que no tengo muy claro es si la relación, aparte de temporal, es también causal. ¿De no haber creado Sportula habría logrado seguir publicando con otros editores o las novelas se habrían ido acumulando una tras otra en el disco duro en espera de mejores tiempos? No lo sé. Tampoco creo que sea muy importante averiguarlo.

Cierto que existiendo ya Sportula publiqué de vez en cuando con otros editores, como NGC Ficción!, de Pyli B, maravillosa iniciativa editorial que merecía mejor suerte de la que tuvo; o con Cazador de Ratas de Carmen Moreno, que ahí sigue al pie del cañón. Coño, si hasta publiqué una novela en Fantascy, el sello de Random House que al parecer se lo iba a comer todo.

Lo gracioso es que fue precisamente la publicación de Las astillas de Yavé en Fantascy una de las cosas que me convenció de que me estaba volviendo irrelevante. La novela pasó sin pena ni gloria; las ventas, en el mejor de los casos, fueron discretas, y tengo la sensación de que pasó desapercibida y de que hasta mis lectores habituales ignoran que llegué a publicar esa novela con Random House.

Si echo la vista atrás me doy cuenta de que mi carrera como escritor está trufada de momentos «casi, pero no» que se repiten una y otra vez con una cadencia aproximada de diez años.

En 1995 publico La sonrisa del gato, mi primera novela, y ganó el Premio Asturias con La sabiduría de los muertos. Venga, tío, estás lanzado.

Casi, pero no.

En 2005 ganó el Premio Minotauro con Los sicarios del cielo. Joder, ahora sí, el premio más mediático del fantástico español, con toda la parafernalia de Planeta detrás. Estás lanzado.

Casi, pero no.

En 2014 sale en Fantascy Las astillas de Yavé. Una de mis mejores novelas: la más fácil de vender fuera del género (no deja de ser un thriller detectivesco y los elementos fantásticos se van enhebrando poco a poco en la trama para no asustar a los nomags) y al mismo tiempo la más friqui de todas las que he escrito. Con uno de mis mejores personajes como protagonista y narradora y, joder, aunque me esté mal decirlo, un ritmo cojonudo y una trama muy bien llevada. Ahora sí que sí, coño; además tienes detrás toda la maquinaria de Random House. De esta no se te escapa.

Casi, pero no.

Esa ha sido mi vida como escritor, un continuo «casi, pero no».

¿Ha sido culpa mía o se ha debido a causas externas sobre las que no tengo control?

Quizá es lo primero, por qué no. Quizá no tengo talento suficiente. O lo tengo, pero no lo he trabajado lo suficiente. O ni lo tengo ni lo trabajo. Es muy posible que sea así. O tal vez no he sabido adaptarme a esta época y no he sabido crearme en las redes un personaje que tenga tirón.

O todo lo anterior.

O no. A lo mejor soy el mejor escritor del mundo mundial y parte de la galaxia (que no, pero venga, hipoteticemos) y he tenido mala suerte. No he estado en los momentos adecuados en los lugares oportunos. Unas veces he llegado un pelín pronto, otras un poco tarde, pero nunca en el momento exacto, así que las oportunidades me han pasado rozando pero no me han dado.

O, de nuevo, eso y todo lo anterior.

No lo sé.

Tampoco importa mucho. Por los motivos que sean, estoy donde estoy y no puedo hacer nada para dejar de estarlo.

No puedo resistirme a comentar la parte irónica de todo esto:

Soy consciente de que gozo del respeto de muchos compañeros y compañeras de profesión y que incluso algunos han reconocido tenerme como una de sus influencias.

Soy un escritor de escritores. Que es lo peor que se puede ser. En cierta forma, soy la versión literaria de mi amigo Rafa Kas. O él es la versión musical de su amigo Rudy. Si lee esto, creo que sabrá muy bien de qué hablo. Y estoy seguro, conociéndolo, de que compartirá buena parte de mi frustración y quizá algo del rencor contra el que lucho continuamente y que procuro impedir que se apodere de mí, aunque confieso que no es fácil.

Pero, como decía Joan Manel Serrat: «Nunca es triste la verdad; lo que no tiene, es remedio.»

Y es lo que hay. Negarlo sería vivir en un mundo de fantasía. Y, aunque parezca paradójico, ya que he dedicado buena parte de mi vida a escribir ficción no realista, me gusta tener los pies bien plantados en el suelo e intento no cerrar los ojos y me esfuerzo por ver lo que hay y no lo que me gustaría que hubiese. Ni idea de si tengo éxito; supongo que unas veces sí y otras, no.

Durante estos años me he dicho una vez y otra que no importa. Que estoy haciendo aquello que me gusta y que, bien o mal, sigue habiendo un puñado de personas que me leen y que disfrutan de mi trabajo. Y que, coño, no me puedo quejar, tengo un techo bajo el que guarecerme, como caliente todos los días y estoy rodeado de personas cojonudas que me quieren. Eres un puto privilegiado, mamón.

Así que, adelante, sigue escribiendo. Eres un yonqui de la escritura, lo has dicho miles de veces, no puedes dejarlo aunque quieras.

Pero ¿es verdad?

Ya no lo sé.

A lo largo de este año y del siguiente terminaré de revisar y pulir los volúmenes pendientes de publicar de mi novela El hueco al final del mundo.

¿Y luego?

Ahí tengo mi novela Final de trayecto (que, además, se la tengo prometida desde hace años a Carmen Moreno para Cazador de ratas), a menos de un tercio del final. ¿La remataré? Quizá. Supongo. Es posible.

¿Y luego?

No lo sé, de verdad. Quiero pensar que sí, que seguiré escribiendo, que aunque ahora no pueda verlo, en algún momento volveré a recuperar las ganas… no, la necesidad de crear mundos, historias y personajes. Y seguiré escribiendo, me lea una persona, dos o las que sean.

Pero confieso que en estos momentos me resulta muy difícil creer que va a ser así. De hecho, me pregunto si en cierto modo, cuando me senté en 2018 a escribir lo que luego sería El hueco al final del mundo, no tendría ya en mente que estaba destinada a convertirse en mi testamento literario y por eso estaba poniendo toda la carne en el asador y por eso decidí que, además de los cuatro volúmenes con la novela, habría un quinto con los apéndices y el trasfondo histórico, y un sexto con mis reflexiones acerca del proceso de creación.

¿O estoy reinterpretando el pasado a través del filtro del presente? Bueno, sí, es como funciona la cabrona de la memoria muchas veces.

Durante los últimos cuarenta y cuatro años, cada vez que pensaba en el futuro tenía siempre clara una cosa: mientras siguiese vivo y con buena salud, seguiría escribiendo.

Por primera vez eso ha dejado de ser una certeza.

No me gusta nada. Y lo que menos me gusta es la sensación de que en realidad no me costaría tanto dejarlo. Que en realidad es muy fácil. Porque no tengo que hacer nada. No hace falta tirar la toalla, basta con abrir la mano y dejar que caiga por su propio peso.

Uf.