He dicho más de una vez que cuando me puse a escribir lo que luego sería El hueco al final del mundo, simplemente eché a andar sin preocuparme demasiado de hacia dónde iba, en la confianza de que las cosas acabasen tomando la forma adecuada. Lo cual es cierto y, al mismo tiempo, es mentira.
Es verdad que en esos momentos no tenía ni idea de cuál iba a ser la trama de la novela, por qué peripecias pasaría o qué personajes irían asomando. Pero también lo es que durante lo que acabaría convirtiendo en el Libro Primero (desde que Ibyra y Kláiner se conocen hasta que ella es llevada de vuelta a Iratembe) sí que tuve una guía, una especie de pauta narrativa que, no sin tomarme abundantes libertades, seguí en lo esencial.
No es la primera vez que hago algo similar. En El adepto de la Reina, la primera novela de la saga del mismo nombre, el primer tercio del libro sigue el esquema argumental de la película Operación Trueno. Lo sigue de forma tan libérrima que en el manuscrito final apenas quedan un par de rastros tenues de esa estructura, pero están allí y me fueron muy útiles mientras escribía, porque me sirvieron de armazón, de andamiaje, y me permitieron trabajar con libertad y sin preocupaciones. Acabado ese primer tercio, la novela ya ha aprendido a volar sola y deja atrás el modelo usado sin molestarse en volver la mirada.
La pauta narrativa que seguí en el Libro Primero de El hueco al final del mundo (que viene a ser la primera mitad de La simiente de la Esquirla) no es otra que la primera temporada del anime Bleach, basada en el manga del mismo título creado por Kubo Noriaki (久保 宣章), conocido profesionalmente como Kubo Tite.
No soy ni mangaka ni otaku. Habré leído apenas un par de mangas y mi conocimiento del anime es muy superficial: he visto unos cuantos y he disfrutado de algunos (aparte de toda la animación occidental de evidente influencia anime que me he tragado, claro). Y ya.
Lógicamente, dentro de lo que he visto tengo mis favoritos; y Bleach ocupa el primer puesto en esa breve lista.
¿Es el mejor anime del mundo mundial? Seguro que no. Seguro que ni está entre los 10 primeros. O los 20. O los 30. O el corte arbitrario que a cada lector le apetezca hacer.
Pero es el que mejor me lo ha hecho pasar y me ha tenido pegado a la pantalla, interesado y deseando saber qué pasa a continuación durante más tiempo y con más intensidad. Y tiene la mitología más interesante (al menos desde mi punto de vista) que he visto dentro de ese género.
Por no mencionar que me encanta que el autor, para darle exotismo a los términos del inframundo utilice palabras españolas como «Hueco Mundo» (literalmente, el infierno; los demonios, por cierto, son llamados los «hollow», en inglés), «Las Noches» (el palacio donde habita el rey del inframundo) o «Los Espadas» (los principales demonios), que son casi un reflejo oscuro de los capitanes shinigami que hay en la Sociedad de Almas («Soul Society» en el anime original), el más allá al que van los humanos a morir y, de paso, a perpetuar las mismas diferencias sociales y de clase que en el mundo real.
Y es que en Bleach morirse es una putada. O bien te conviertes en un fantasma atado a un lugar del mundo real (con el consiguiente peligro de que un hollow te devore o tú mismo te acabes convirtiendo en uno de ellos) o, un shinigami (dios o espíritu japonés de la muerte) te manda a la Sociedad de Almas donde posiblemente acabes en un barrio de clase baja, no, lo siguiente, de lo que se parece mucho a Tokio cuando aún se llamaba Edo y los Tokugawa gobernaban el país.
No quiero hacer más espóilers sobre la serie, así que me detengo aquí. Dejémoslo simplemente en que me gusta mucho, me parece que tiene un trasfondo muy interesante y está petada de buenos momentos, situaciones emocionantes y divertidas y buenos personajes… aunque en ese aspecto, tiene carencias lamentables en muchos de los personajes femeninos.
No es la primera vez que Bleach se acaba colando en mi narrativa. En El jardín de la memoria, tercera novela de El adepto de la Reina, la organización militar que se ve en Honoi (el equivalente a Japón en el mundo ficticio de la novela) está inspirada en los escuadrones shinigami de la Sociedad de Almas. Por si eso fuera poco aparecen dos personajes femeninos, Dasaraki Itasu y Renyokiru Mizuni, que tienen como modelo en buena medida a Matsumoto Rangiku y Retsu Unohana, sobre todo en su aspecto físico y gestualidad, pero también, en parte, en su personalidad, aunque adaptada de forma sumamente libre y a mi manera a los intereses narrativos de la novela.
El hecho de que las dos gatas que comparto con Felicidad Martínez se llamen Rangiku e Ichigo no es casual, por otro lado. El primer nombre ya lo habéis leído en el párrafo anterior; y Kurosaki Ichigo es el protagonista principal de Bleach, o al menos del primer gran arco argumental.
A estas altura ya ha quedado claro que Bleach me gusta mucho. Estoy seguro de que muchas de las personas que leen esto dirán enseguida «pues no es para tanto». Vale. No lo será. No quiero faltarle a nadie al respecto (bueno, a alguna gente sí, pero asumamos que no a los que están leyendo esto ahora mismo), pero de verdad que vuestra opinión sobre Bleach no podría traérmela más al pairo, por muy impelidos que os sintáis a compartirla conmigo. Por ponernos anticuados, digamos que no se me da una higa lo que penséis de Bleach. O, en las inmortales palabras de Rhett Butler: «Frankly, my dear, I don’t give a damn.»
En todo caso, y por volver al asunto:
Es cierto que empecé a escribir sin mapa ni brújula, pero lo hice con lo que se podría considerar una red de seguridad, una pauta que podía seguir o no según me conviniera (y en muchos momentos me la salté, la modifiqué o la ignoré) y que me permitía sentirme seguro y a salvo mientras improvisaba en busca de la verdadera historia y la auténtica estructura.
¿Recomiendo esa técnica a otras personas que se quieran dedicar a escribir?
La verdad, ni idea.
A mí me funciona. No la uso siempre, pero sí la he utilizado unas cuantas veces. Encaja con mi forma de ser (me da seguridad y libertad al mismo tiempo) y los resultados que consigo con ella me parecen satisfactorios.
¿Les funciona a otros escritores?
No lo sé, en serio. No me considero capacitado para decidir eso. De hecho, siempre me ha sorprendido ver a diversos colegas ponerse a impartir cursos y masters de creación literaria y explicar lo que ellos consideran las claves de construcción de un buen relato o una buena novela.
Me maravilla el atrevimiento de esas personas.
En unos casos (muy pocos, lo reconozco) me maravilla porque a algunos los considero unos perfectos inútiles que no tienen ni idea de escribir y sin embargo se ponen a impartir sus pildoritas de sabiduría como si acabaran de dar con la Teoría Definitiva que Integra la Gravedad con la Mecánica Cuántica.
En otros casos me maravilla porque veo, que en efecto, dan consejos que me parecen útiles y, encima son excelentes comunicadoras, seguras de sí mismas y que parecen saber muy bien el terreno que pisan.
(No, no estoy usando el femenino como genérico, aunque lo parezca.)
Pocas veces en mi vida me he visto asaltado por el síndrome del impostor. Me pasó cuando empecé a traducir de forma profesional y no dejaba de preguntarme quién era yo para atreverme a aquello. Y me sigue pasando cada vez que considero la idea de escribir un libro o grabar un vídeo o pergeñar una serie de artículos explicando las claves narrativas de un buen relato o novela. No me considero preparado para algo así y no creo que me considere nunca.
Perdonad la digresión. Retomando el tema, aquel subconjunto de la humanidad, sumamente pequeño por no decir diminuto, que haya visto Bleach y haya leído La simiente de la Esquirla, lo tendrá fácil para repasar la peripecia en ambas obras y comparar dónde y de qué modo estoy siguiendo la pauta narrativa del anime. A los que solo hayan hecho una de las dos cosas les animo a la otra. Y, por supuesto, a aquellos que ni hayáis visto Bleach ni hayáis leído La simiente de la Esquirla, os invito a que os pongáis a ello en la confianza de que pasaréis un buen rato y no os arrepentiréis.