A lo largo de esta entrada hablo sobre todo de la orientación sexual de los personajes de ficción, pero cuanto digo puede aplicarse también a la etnia, al género o, en definitiva, a la identidad.
Tendría yo unos 20 años; 21 como mucho. Mediados de los 80, en todo caso. Acababa de salir del cine con mi novia de entonces, Camino. No estoy muy seguro de qué película habíamos ido a ver pero sí que recuerdo que iba, entre otras cosas, sobre una pareja gay masculina y sus problemas en un mundo hetero no muy favorable a su modo de vida. Recuerdo que la peli me gustó y así se lo comenté a Camino. Ella me dijo:
—Sí, está bien. Pero algún día me gustaría ver una película en la que hubiera personajes gays y que eso no tuviera la menor importancia para la trama, igual que no lo tiene cuando son heteros.
Hace tiempo que no hablo con Camino, así que a lo mejor no se acuerda de haber dicho eso. Y si lo recuerda, seguramente pensará que me olvidé de sus palabras a los cinco segundos.
Lo cierto, sin embargo, es que se me quedaron grabadas a fuego en la cabeza y, con el tiempo, se convirtieron en un faro, en una brújula cada vez que me planteaba usar personajes fuera del espectro heteronormativo. Algo, he de decir, no muy frecuente en mis primeros años como escritor, aunque empezó a serlo con el cambio de siglo y ha marcado bastante mi ficción en la última década, a mi entender para bien.
Debería ser de cajón. Tan obvio que ni siquiera se mencionase: incluir un personaje de ciertas características, en este caso su orientación sexual, no tiene por qué implicar que esa orientación sexual vaya a ser relevante para la trama. ¿O es que cuando un personaje es diestro, rubio, hetero, masculino esas características resultan narrativamente importantes? Nadie pide que justifiques ese tipo de personajes en base a las necesidades de la trama. ¿Por qué sí lo piden a los que se salen de esa pauta y, cuando no hay tal justificación, se pone el grito en el cielo hablando de «inclusión forzada»? Si es forzado incluir un personaje gay sin que su orientación sexual tenga relevancia narrativa, ¿no hemos de concluir que es igualmente forzado incluir un personaje heterosexual sin que su orientación sexual tenga relevancia narrativa?
No hace mucho vi a una persona, en una mesa redonda sobre diversidad en la ficción, defender que, para hacerlo bien y que esa diversidad no fuese forzada, era necesario que la característica que marcase al personaje como miembro del colectivo a representar fuese importante y relevante en la historia, caso contrario se estaba haciendo mal, por modas o por cubrir un cupo. Lo peor es que la persona que defendía eso era miembro del colectivo del que estaba hablando.
Me costó mucho quedarme inmóvil y en silencio. Lo que en aquel momento me estaba pidiendo cada fibra de mi ser era ponerme en pie y decir, a voz en grito:
—¡No, grandísimo idiota! ¡Hay que hacerlo precisamente cuando es irrelevante para la trama, cuando no tiene la menor importancia para el desarrollo de la historia, cuando da igual para que los acontecimientos vayan por un sitio o por el otro! ¡Hay que hacerlo precisamente cuando no viene a cuento, porque es entonces cuando lo presentas como algo normal!
Me contuve porque no era plan de reventar la mesa redonda, pero me costó.
¿Quiero decir entonces que las novelas con personajes LGBT no deben girar alrededor de su condición de LGBT? No, claro que no; pueden ir sobre eso y hacer que tal hecho sea el foco alrededor del que gira toda la historia, faltaría más. Lo que quiero decir que no es necesario que sea así y que es importante que no siempre sea así. Que cuantos más personajes LGBT haya sin que venga a cuento que lo sean, más normal se verá que estén ahí, porque lo estarán sin que haya un motivo especial para que lo estén… exactamente igual que lo están los personajes heteros.
Así que la próxima vez que veas una película, no sé, Los Eternos, por poner un ejemplo, cuando veas que uno de ellos es gay y tiene pareja y familia y empieces a gritar que eso está mal hecho, que es forzado, que no viene a cuento de nada, párate a pensar por un momento: si el personaje fuese hetero y su pareja fuese una mujer ¿te parecería lógico y vendría a cuento de algo?
Si la respuesta es que sí, puedes marcar la casilla de «homofobia» como uno de tus rasgos de personalidad con la seguridad y la confianza de que, en efecto, te define.