Hace tiempo, mientras repasaba algunos de mis textos sobre mi saga holmesiana, di con un párrafo en el que decía, hablando de La sabiduría de los muertos:

Así se publicó en 1996 La sabiduría de los muertos. Mi novela holmesiana, como pensaba entonces en ella. No tenía idea de que, casi diez años después, se convertiría tan solo en mi primera novela holmesiana y que lo que había sido un simple capricho (y un fanfic en toda regla, seamos sinceros) acabaría desembocando en la creación de un nuevo universo ficticio; uno en el que, en cierto modo, reconstruiría mi infancia.

Me gustaría centrarme en ese breve comentario entre paréntesis que califica La sabiduría de los muertos de fanfic. Porque lo es, sin la menor duda. Igual que los son mis otras tres novelas holmesianas. Igual que lo es La Canción de Bêlit, mi primera novela de Conan. Igual que, ya de un modo menos evidente y algo más oblicuo, lo fue mi cuento «El robot» (Asimov) o mis novelas cortas «Bailando en la oscuridad» (Chandler), «Un agujero por donde se cuela la lluvia» (Dick, Cortázar, Joyce, García Márquez, Martín Santos) y «El alfabeto del carpintero» (Dick).

Pensar en eso me trajo a la memoria la polémica que había visto en las redes sociales debido a que, al parecer, a algunos escritores no les gusta que los lectores creen fanfics basados en su obra.

No pretendo meterme en las creencias y los gustos de los demás, pero lo cierto es que no lo entiendo. Pocas cosas encuentro más halagadoras que el que otra persona —ya se dedique profesionalmente a la literatura, ya sea amateur— esté lo bastante fascinada por uno de mis personajes o de mis universos para querer volver sobre ellos y contar nuevas cosas, aportar su punto de vista, dar su propia visión sobre mis creaciones y aplicarles su propia creatividad. Pocos cumplidos mayores que ese se me ocurren para un escritor, de verdad.

Por otro lado, es curioso que la misma persona que acusa a sus lectores de falta de originalidad por escribir fanfics basados en su saga de fantasía, pueda entrar a saco en la Historia (que creo que no tiene copyright… aún) y contar la Guerra de las Dos Rosas con dragones y vendernos eso como el colmo de la originalidad sin problema. Bueno, vale, venga, aceptamos barco como animal acuático, no vaya a ser que George se enfade y se lleve su Scatergories.

Es como si Martin Scorsese, tras criticar cierto cine-espectáculo por falta de originalidad, se pusiera a hacer un refrito de Casino y Uno de los nuestros. Menos mal que eso no ha pasado… No, wait.

Hay otro autor, uno que no se ha inspirado nunca, que yo sepa, en la Guerra de las dos Rosas y del que no diré su nombre aunque mencionaré que pertenece a la Iglesia de Jesucristo los Santos de los Últimos Días y que está convencido de que a las personas con orientación o identidad sexual distinta a la suya hay que recortarles los derechos (y posiblemente el cuello, aunque no lo diga en voz alta), no vayan a tener los mismos que la gente blanca heterosexual, por favor.

Bueno, ese autor, entre otras cosas, abomina de los fanfic. Ha llegado a decirle a algún lector que crear un fanfic usando sus creaciones es quitarles el pan de la boca a sus hijos. Tal cual.

Pero cuando él tuvo la oportunidad de escribir un fanfic asimoviano ambientado en el universo de Fundación, se lanzó sobre ella sin pensárselo ni medio segundo, babeando como un fan a cada paso del camino. Al parecer él sí que puede hacer fan fiction, porque en ese caso supongo que deja de serlo y se convierte en literatura de verdad. Digo yo que será eso, vamos.

Lo cual dice mucho de su coherencia interna. De su repugnante catadura moral dan buena fe otros muchos actos y palabras suyas. Pero esa es otra historia que, la verdad, no tengo el menor deseo de contar.

En cualquier caso, soy de la opinión de que las obras derivadas, como los fanfic, pueden ser tan buena literatura como las creaciones «originales». Además, ¿qué coño es una creación original? Todo arte es derivativo, más o menos desde el neolítico hasta acá. Existe una línea ininterrumpida a lo largo del tiempo y si la miramos de cerca, cada nueva generación siempre construye sobre las creaciones de la anterior, las asimila, las usa a su manera y las reelabora… incluso cuando construye contra las creaciones de la generación anterior.

Amadís de Gaula, el libro que da inicio a la moda de las novelas de caballerías, es un caso de fanfic flagrante. Su supuesto autor, Garci Rodríguez de Montalvo, toma un libro preexistente de autor desconocido, lo revisa y le añade su propia continuación (duplicando en el proceso la longitud del original) y lo publica todo como si fuera una única novela. ¿Y qué me decís de la Odisea, escrita por un anónimo fanboy de Homero, que se decide a hacer su propia continuación de la IIiada? Ni siquiera hablaré del soporífero Virgilio, que intenta algo parecido con la Eneida y escribe un coñazo de padre y muy señor mío.

Hablemos mejor de La muerte de Arturo de Mallory, en la que este entra a saco en todo el corpus artúrico anterior, pilla lo que le interesa, cambia lo que le apetece, incluye cosas que ni por asomo pertenecían a él (como la historia de Tristán e Isolda) y básicamente hace el fanfic artúrico por excelencia… Hasta que llega T. H. White cinco siglos después con Antiguo y futuro rey… Y luego Marion Zimmer Bradley con Las nieblas de Avalón. Sí, podría haber mencionado a Tennison, pero para qué.

Es legítimo volver a contar Romeo y Julieta como si fuera un musical o una historia de mafiosos en Miami, o convertir la Odisea en una epopeya espacial (o en una fuga de una prisión) o escribir una continuación del Lazarillo de Tormes, pero hacer lo mismo con la obra de un autor vivo y de éxito, por lo visto, es un sacrilegio.

No pasa nada por hacer fanfics con autores muertos cuya obra es de dominio público y hasta se se ve como algo muy cool y muy artístico y muy posmoderno y muy deconstructivo en algunos entornos (los mismos en los que se arruga la nariz cuando les hablas, no sé, de tebeos, porque por supuesto allí se leen Novelas Gráficas, faltaría más), pero en cuanto topamos con autores vivos, de pronto se está siendo poco original y se está quitando el pan de la boca a otras personas… salvo que sean ellas mismas las que lo hagan con la obra de otros, claro. Que, cuidadín, ellos son escritores de verdad, no fanboys mindundis, hasta ahí podíamos llegar.

Es curioso (y esperanzador) que la ley española sea de una opinión distinta a esos autores de doble rasero y establezca con firmeza la legitimidad del fanfic, aunque no lo llame así. En el Real Decreto-Ley 24/2021, que traslada diversas directivas europeas a la legislación española, hay un apartado sobre derechos de autor y afines.

En concreto, en el libro cuarto, título II, artículo 70, se habla del «pastiche»:

Artículo 70. Pastiche.
No precisa la autorización del autor o del titular de derechos la transformación de una obra divulgada que consista en tomar determinados elementos característicos de la obra de un artista y combinarlos, de forma que den la impresión de ser una creación independiente, siempre que no implique riesgo de confusión con las obras o prestaciones originales ni se infiera un daño a la obra original o a su autor. Este límite será también aplicable a usos diferentes de los digitales.

Y en el artículo 73, apartado 8, se afirma:

La cooperación entre los prestadores de servicios de contenidos en línea y los titulares de derechos no impedirá que los usuarios carguen y pongan a disposición del público contenidos de obras u otras prestaciones que no infrinjan tales derechos o que se hagan con fines de cita, análisis, comentario o juicio crítico, reseña, ilustración, parodia o pastiche.

Es decir, ese artículo afirma sin ambigüedades la legitimidad de la obra derivada y afirma que no precisa la autorización del autor de la obra de la que esta deriva. Y, aunque en el contexto general del Real Decreto-Ley se está hablando siempre del entorno online y digital, en el artículo 70 se establece de forma explícita que ese límite se aplica también a usos diferentes de los digitales.

En cuanto al artículo 73, reconoce el derecho de poner a disposición del público no solo todo aquello no infrinja los derechos de autor sino, independientemente de lo anterior (de ahí el «o»), aquellas obras realizadas, entre otras cosas, con fines de pastiche.

Dicho de otro modo, hacer un fanfic es legal y legítimo, no necesita permiso del autor de la obra original y no puede impedirse su distribución. Salvo, tal como establece el artículo 70, que exista posible confusión entre el fanfic y el original o que infiera algún tipo de daño a la obra original o al autor de esta.

Eso no va a impedir, por supuesto que, si yo intento publicar Harry Potter y los Dragones Targaryen puedan caer sobre mí dos docenas de abogados (posiblemente una docena de procuradores británicos y la otra, de abogados estadounidenses) dispuestos a demostrar, no solo que mi fanfic se puede confundir con los originales sino que estoy causando un gravísimo daño moral a los autores de estos.

Dado que tienen mucho más dinero que yo, ganarían el pleito… o, más probablemente, lo alargarían y embrollarían de tal modo que seguir adelante supondría mi ruina económica. Pero, como le dijo Alan Moore a Marvel cuando estos amenazaron con demandarle por osar publicar un cómic con el nombre de Marvelman (cómic y personaje existentes en Inglaterra bastantes de que Marvel fuera Marvel): ganaréis porque tenéis más dinero, pero eso no significa que tengáis razón, solo que sois el matón del patio del colegio que sale con la suya a base de fuerza.

Pues eso. A partir de ahí, que cada uno actúe como juzgue conveniente.