Aceptar presentar una novela que todavía no has leído siempre es un riesgo.

Así que cuando Nicolás Bardio, editor de Radagast, me propuso que ejerciera de maestro de ceremonias en la presentación de la primera novela de Dam Fernández, El roble azul, tuve un momento de duda. ¿Y si no me gustaba? Decidí arriesgarme, de todos modos. Dam me había caído bien al conocerlo unos meses atrás en la entrega del Premio Radagast y tenía curiosidad por leer algo suyo.

No me arrepentí de haber aceptado. La novela me pareció muy bien escrita y con elementos lo bastante interesantes para que su lectura me mereciese la pena y pudiera loar sus virtudes sin problemas. Y hablar con Dam durante la presentación sobre la génesis de su obra, sus filias y fobias literarias y sus próximos proyectos fue sumamente agradable.

Leyendo esta novelita de poco más de doscientas páginas tuve la sensación de que estaba ante un autor que, si bien se encontraba al inicio de su viaje literario, dando sus primeros pasos, estos eran firmes y decididos. Hablar con él me lo confirmó; enseguida me di cuenta de que Dam tenía muy claras las cosas y que sabía lo que quería.

Creo que ya lo he comentado en otra parte. Una de las mayores alegrías que me he llevado en los últimos tres años ha sido la constatación de que aquí mismo, en Asturias, en casita como si dijéramos, hay un montón de personas jóvenes con ganas de abrirse paso como escritores y con una querencia evidente por el fantástico, ya sea en registros puramente populares (y a veces, sumamente gamberros), ya en registros más cultos.

(No, no diré «elevados». Los que me conocen ya saben que pienso que «el terror elevado» es lo que sientes al mirar hacia abajo desde lo alto del monte y «la alta literatura», aquello que lee mi vecino del ático.)

En todo caso, me estoy desviando de la cuestión.

La novela en sí es un juvenil con protagonista femenina que se interna en los terrenos más clásicos de la fantasía desde el inicio. En el mismísimo primer capítulo lo fantástico irrumpe en lo cotidiano, lo destroza con contundencia y lleva a nuestra perpleja protagonista a otro mundo en el que iniciará un viaje de destino incierto. Un esquema, como digo, tradicional, que Dam maneja con soltura y, sobre todo buen ritmo. Aunque narrada en tercera persona, el punto de vista dominante es el de la joven protagonista, con la que no resulta nada difícil empatizar. Así, el lector se sumerge de su mano en ese mundo fantástico y viaja a su lado, dejándose llevar y limitándose a disfrutar del trayecto.

Como digo, es un primer paso. No solo en la carrera de su autor, sino en la peripecia de la protagonista. Acabado el libro si algo nos queda claro es que este volumen no es sino el principio y que aún queda mucho por contar y por mostrar de ese universo ficticio que se despliega antes nuestros ojos.

No soy, salta a la vista, el público objetivo de esta novela (en realidad, por poco, tres o cuatro décadas de nada), pero eso no me ha impedido disfrutarla y apreciar sus virtudes. Lo cierto es que espero con ganas el siguiente libro de Dam Fernández. Máxime cuando encima sé de buena tinta que va a ser ciencia ficción.

Ya os contaré.