Es el cine, y no la literatura, el responsable de mi primer encuentro con Tom Sawyer; sospecho que gracias a la versión de 1938 dirigida por Norman Taurog (y dicen que George Cukor de tapadillo) y que debía de ser la que pasaban por la tele cuando yo era crío, allá por los años setenta. Es cierto que hay una versión de 1973, más cercana a ese momento, pero a tenor de las imágenes que hay en mi memoria, diría que no, que se trata de la otra. En cualquier caso, como digo, fue el cine (tamizado por la televisión) quien me dio a conocer el universo en el que Mark Twain recreó el escenario de su infancia y rindió culto a la nostalgia.

Creo que no tardé mucho en acercarme al original literario y, si la memoria no me juega una mala pasada, fue a través de una de esas versiones de clásicos resumidos para niños. Durante mi infancia (que transcurrió alegre y desenfadada por los últimos días del Pleistoceno, millón de años arriba o abajo) era algo que estaba a la orden del día y que se hacía, sospecho, con total desparpajo y sin cortarse un pelo por ello. Ni lo sabía entonces ni me importó; armado con mis recuerdos de la película, me sumergí en el texto casi sin darme cuenta y no tardé en quedar atrapado y fascinado por la historia.

Algunos años después, aunque no muchos, cayó en mis manos una nueva historia de Tom Sawyer. La publicaba Bruguera, el todopoderoso gigante editorial de entonces, y la característica que la diferenciaba de otras «ediciones resumen» era que cada cuatro páginas, más o menos, se intercalaba una de cómic en la que se iba contando la misma historia. De este modo, uno podía elegir entre leer solo el texto, solo el cómic, o ambos.

Así fue como me acerqué a Tom Sawyer detective. Lo que ignoraba entonces, y descubrí en la edad adulta, es que no se trataba de una versión abreviada. El texto de Twain estaba íntegro entre las tapas del libro porque el original era lo bastante breve para no necesitar resumirlo.

Como digo, eso lo descubrí cuando, siendo adulto, me hice con un tomo en el que se incluía, por así decir, el «Tom Sawyer completo»; o lo que es lo mismo: Las aventuras de Tom Sawyer, Tom Sawyer detective y Tom Sawyer en el extranjero. La primera es una novela completa con todas las de la ley, mientras que las otras dos son sendas novelas cortas. Sí, ya lo sé, Tom Sawyer aparece también en la que se califica generalmente como obra maestra de Twain, Las aventuras de Huckleberry Finn, pero ahí su presencia no pasa de secundaria y, de hecho, está ausente casi toda la novela, más allá de una fugaz aparición al principio y otra igualmente breve, pero determinante, hacia el final.

En todo caso, podríamos decir que esta novelita corta fue mi primer encuentro real (todo lo «real» que puede ser una traducción, claro) con la prosa de Twain y su humor socarrón, su fascinante retrato de la infancia y su nostalgia por un Misisipi que supo evocar como nadie. No fue un mal encuentro, creo yo.

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Tom Sawyer fue uno de los iconos de mi niñez, junto con Guillermo Brown, Harbert Pencroft, Jim Hawkins o Peter Parker. Lo era, principalmente, por la novela que lo lanzó a la fama, aunque se hubiera tratado de un contacto de segunda mano: primero a través del cine y luego con aquel resumen para niños.

No es para menos, porque la historia tenía todo lo que un niño imaginativo podía desear: aventuras, misterio, peligros, fantasmas (o no), cementerios en medio de la noche, un asesinato, muertes fingidas, valor y amistad, lealtad, un malvado mestizo indio, una inmensa cueva llena de belleza y peligro, un tesoro oculto y, finalmente, la posibilidad de mostrarse como un héroe a los ojos del objeto de nuestros afectos; y no una, sino al menos dos veces. La primera, cuando Tom acepta el castigo en la escuela por lo que Becky ha hecho; y la segunda, por supuesto, cuando consigue salir de la cueva pese a que todo está en contra suya.

Pero Tom Sawyer detective no es menos responsable que su hermana mayor de mi fascinación por Tom. Y lo es por el desparpajo que muestra en ella, por sus deseos de popularidad, por su inteligencia simpática y con un punto de arrogancia, por su curiosidad y por la adoración que despierta en Huck una y otra vez.

Y porque, no lo olvidemos, se trata de una historia policiaca, un relato de misterio. Ver a uno de mis héroes de la infancia (un poco más crecido que la vez anterior que me lo había encontrado, es cierto) metido a detective y, por tanto, adentrándose en uno de mis géneros favoritos, no era moco de pavo.

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Cuando, ya de adulto, decidí reencontrarme con esta obra, lo hice con un poco de miedo. ¿Cuántos fetiches de nuestra infancia sobreviven el paso a la edad adulta? ¿Cuántos de esos libros, cómics, películas o series que nos encantaron de niños somos capaces de revisitar de mayores?

Había tomado la decisión de traducir la novela corta de Twain; un modo de, por así decir, «probar mis músculos de traductor» con vistas a una carrera en ese sector. Tom Sawyer detective me pareció un buen modo de empezar: no era un texto muy largo, lo recordaba razonablemente bien y la idea de volver sobre él y ofrecer mi propia versión en castellano me gustaba.

Como digo, empecé a leer con ciertas dudas. La verdad es que se desvanecieron enseguida. Huck es un narrador tan cojonudo (ya hablaremos de eso) que a la segunda frase estaba metido en la historia y me dejaba llevar por ella casi sin pensar.

Traducirla fue incluso más sencillo de lo que creía; di enseguida con el tono adecuado de Huck en castellano y, una vez lo tuve, el resto fue coser y cantar. No creo que sea la mejor novela que he traducido en mi vida, pero sin duda es con la que mejor me lo pasé en el proceso.

Hasta el extremo de que me prometí a mí mismo que algún día traduciría también Tom Sawyer en el extranjero y, por supuesto, el original, Las aventuras de Tom Sawyer. Es algo que aún tengo pendiente, pero espero poder hacerlo en el futuro.

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¿Qué más puedo decir de esta novela corta? Bueno, que Tom ejerce el papel de investigador del crimen y Huck, además de ser narrador, oficia de fiel ayudante, admirado por la inteligencia de su compañero. Tom Sawyer detective se publicó en 1896 y para entonces la figura de Sherlock Holmes ya era ampliamente conocida en todo el mundo anglosajón, y no cabe duda de que Twain está aquí realizando su particular homenaje a la creación de Conan Doyle.

De hecho, el mismo Tom lo llega a decir de un modo casi explícito cuando, hacia el final de la historia, le preguntan cómo lo ha desentrañado todo y afirma: «Me he limitado a observar los hechos y las pruebas, y a disponerlos de forma que encajasen, señoría. Una labor detectivesca sin importancia. Cualquier otro podría haberla hecho.»

Es algo que el propio Sherlock Holmes podría haber dicho (con su característico tono socarrón y un brillo pícaro en la mirada) ante el desconcierto de la policía oficial o de su buen amigo y biógrafo el doctor Watson. De hecho, en alguna ocasión afirma algo parecido cuando reconoce haber resuelto el misterio mediante unas «Deducciones totalmente elementales» que cualquiera podría haber realizado.

La resolución del caso que Tom y Huck investigan se adapta, además, a la máxima holmesiana de que «Cuando se ha eliminado lo imposible, lo que queda, por increíble que resulte, debe ser la verdad», pues lo que hace Tom a lo largo de la historia es, precisamente, ir eliminando un imposible tras otro hasta que solo quedan los hechos desnudos y llega, con el encaje de estos, a la resolución del misterio.

La trama, por otro lado, sigue a la perfección los cánones del relato policiaco: se plantea el caso, tiene lugar el crimen (que el detective nunca presencia), se señala a un culpable, el detective fracasa una y otra vez en sus pesquisas hasta que por fin da con el detalle que hace que todo cuadre y ofrece las explicaciones pertinentes mientras desenmascara al verdadero culpable. Una estructura que ha sido usada una y otra vez, no solo en historias explícitamente policiacas, sino en otras que no lo parecen pero en el fondo lo son: cualquier capítulo de House, por ejemplo.

Es cierto que el misterio no es de una complejidad apabullante. Estoy seguro de que los lectores más avispados darán con la solución con cierta facilidad, incluso antes que nuestro detective adolescente; sin embargo, eso no le quita mérito alguno a la historia. Como en cualquier buena novela policiaca que se precie, el misterio es el vehículo en el que viajan otros elementos de interés, como la definición e interacción de personajes y, en especial, la disección de una sociedad o, en este caso, un microcosmos social: esa comunidad campesina en la que se ha producido el crimen. Algo en lo que Twain era un maestro y que ya había demostrado con creces anteriormente.

El retrato que traza aquí es menos detallado que en sus obras mayores, y a menudo sacrifica la riqueza descriptiva en aras de la agilidad narrativa; pese a eso, la habilidad de Twain es suficiente para que sintamos real la sociedad que está describiendo, con sus pequeñas miserias y alegrías, sus rumores maliciosos y sus tragedias ocultas. A menudo el autor nos desvela con una simple frase lo que yace bajo la superficie aparentemente apacible de ese mundo rural, y lo hace sin darle importancia.

Por no mencionar su magistral acercamiento al universo de la infancia: las fantasías, los temores y las supersticiones que la pueblan. Creo que pocos como Twain han sido capaces de adentrarse en ese brumoso y evocador paisaje o de hacérselo tan absolutamente real al lector. No importa que no hayamos tenido una infancia como la de Tom y Huck (quién la ha tenido, al fin y al cabo), sino el hecho de que, de algún modo y mientras leemos, la sentimos como propia y compartimos sus miedos y preocupaciones, sus aspiraciones y esperanzas y volvemos con ellos a ser los niños que, quizá, nunca fuimos del todo pero nos gustaría haber sido.

Es cierto que no estamos ante una historia con la ambición de las dos obras mayores de Twain (especialmente su Huck Finn) y que el relato no pasa de un divertimento, tal vez un regreso nostálgico a sus dos personajes fetiche que, para entonces, conoce tan bien que es capaz de describirlos con dos pinceladas y hacerlos inolvidables con media docena de líneas. Algo que consigue sin problemas en el primer capítulo de esta historia.

¿Un divertimento intrascendente, entonces? ¿Una obra menor, tal vez? Es posible. Eso no le quita un ápice de interés ni hace que sea una lectura menos fascinante o absorbente que la de sus hermanos mayores literarios.

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Y luego está Huck. El fiel Huck, el leal Huck. Huck, siempre admirado por el valor y la inteligencia de su amigo, que va un paso más allá de donde los demás están dispuestos a ir. Como narrador, su función es la de hacernos creíble la historia y volverla interesante, lo que cumple con creces. Pero también debe conseguir que compartamos la adoración por su amigo Tom y que, como él, nos maravillemos ante la inteligencia y el atrevimiento de este. Y lo consigue desde el primer momento.

Huck es nuestro cómplice y nuestro guía, y podemos fiarnos totalmente de su voz, porque nunca nos mentirá. Y si en algún momento no nos cuenta la verdad, es solo porque él también ha sido engañado. Es una voz en la que confiamos, es una mente sin dobleces, la antítesis de lo tortuoso; sus ambiciones son pasear por el bosque, jugar de vez en cuando a los piratas, comerse una tarta o una sandía y fumar con tranquilidad, recostado contra un árbol, mientras el Misisipi se desliza perezoso a sus pies. Huck somos nosotros, en cierto modo, es la persona normal y corriente que solo aspira a tener una vida razonablemente feliz y cómoda, y que es arrastrada a la aventura pese a sí misma.

Tom Sawyer, por otra parte, es un personaje mayor que la vida misma, es la cristalización imposible de la fantasía de un joven, es todo lo que nos gustaría haber sido cuando éramos niños o adolescentes, lo que éramos en nuestra imaginación por más que el mundo real se empeñase en llevarnos la contraria. Es incansable, bullicioso, liante, ambicioso, pendenciero, vanidoso, inteligente, generoso, noble, atrevido, nervioso, temerario…

Huck es nuestra realidad y Tom es nuestros deseos encarnados. Por eso ambos personajes siempre funcionan mejor cuando están juntos, porque son, en cierto modo, las dos mitades de nosotros mismos; son lo que somos y lo que nos gustaría ser.

En las novelas anteriores, cada uno de ellos es un secundario en la historia del otro. En Las aventuras de Tom Sawyer, Huck Finn, aunque importante, es un personaje más, y en Las aventuras de Huckleberry Finn, Tom es poco más que una estrella invitada.

Sin embargo, aquí, en este Tom Sawyer detective, los dos comparten el protagonismo y están juntos durante toda la peripecia del relato. La sinergia entre ambos es inmediata y evidente, y no tardamos en darnos cuenta de que se necesitan mutuamente de un modo del que, sin duda, no son conscientes. Tom necesita la sencillez y lealtad de Huck para destacar aún más, y este necesita la ambición de Tom para volver su vida interesante, aunque sea a su pesar.

Juntos resolverán el crimen y juntos disfrutarán del premio. Y juntos, al menos eso espero, seguirán viviendo aventuras en una adolescencia eterna. No sé qué otros peligros les acechan, desconozco qué nuevos misterios desentrañarán y no tengo ni idea de qué aventuras van a correr, pero estoy seguro de que los peligros, los misterios y las aventuras formarán parte de su vida para siempre. Y, sobre todo, que pase lo que pase, la amistad entre ambos será eterna y saldrán triunfantes de cualquier desafío.

Juntos, fumando a orillas del río y soñando con nuevas aventuras. O quizá, en el caso de Huck, con un atracón de pasteles.