Tenía pendiente la lectura de Trodavoresca, de Blanca Fernández, desde hace casi un año, cuando la adquirí en la presentación del libro durante la ceremonia del fallo del II Premiu Radagast de Lliteratura Fantástica, Ciencia Ficción y Terror. La autora había ganado la anterior (y primera) convocatoria del premio y ya había publicado previamente en la editorial L’Home les caparines, que había tenido oportunidad de leer y disfrutar; y hasta de escribir la correspondiente reseña. Así que tenía ganas de leer esta nueva obra de Fernández.
Por una cosa o por otra, lo fui dejando, el tiempo fue pasando, veía el libro en la pila y no me decidía a ponerme con él. Por lo que sea, los últimos tiempos se han confabulado para que mezcle mis paseos matutinos con un rato de lectura en alguna cafetería que me pille de camino y así han ido cayendo libros pendientes.
Hasta que por fin le ha tocado el turno a este.
El arranque no puede ser más directo. En un acto de homenaje a la abuela de la protagonista (y narradora) esta descubre a una persona que nadie más ve ni oye y que resulta ser el fantasma de un trovador medieval. Fantasma cuyas penas están relacionadas, como no podía ser menos, con la familia de la joven protagonista.
A partir de ahí se desata una investigación doble; por un lado, Dora ansía conocer más sobre el pasado de su familia, sobre todo las mujeres, que parecen soportar una carga especial. Por el otro, debe desentrañar el misterio de la maldición que ha convertido al trovador Bermudo en un alma en pena ligada a la familia de Dora.
Ni que decir tiene que ambas investigaciones acaban siendo una y la misma. El proceso no está exento de sorpresas y complicaciones que no detallaré y que estoy seguro de que a quienes lean la novela es encantará descubrir sin mi ayuda.
Fernández maneja con pericia en su narradora un tono desenfadado, coloquial y muy cercano que hace que sea sumamente sencillo subir a bordo y empatizar con las vicisitudes de la protagonista. Añadamos a eso una caracterización contundente y lograda del carácter puñetero y resentido del fantasma (que está convencido de ser el equivalente medieval de «La caña de España y el azote del rock», por más que la Historia lo haya olvidado) y ya tenemos situaciones que bordean la comedia en más de una ocasión y que aportan un alivio muy necesario para una historia que, a poco que ahondemos, tiene ciertos tintes trágicos.
Una de las cosas que más me han sorprendido es el modo increíble en el que en estas escasa noventa páginas hay agazapadas, no una, sino media docena de novelas. Quizá es la única pega que le pondría (y ni siquiera estoy seguro de que sea un defecto y no una virtud narrativa), la cantidad de historias que hay tras las páginas de este libro que se quedan en poco más que un embrión o un esbozo y que están pidiendo a gritos ser desarrolladas.
Confieso que tengo ganas de leer algo de Fernández en una distancia más larga donde pueda darle a las estupendas historias que pueblan su cabeza el espacio que se merecen. Entretanto, esta Trovadoresca es una novela no desdeñable, bien escrita y muy sabiamente estructurada, que se lee con agrado y deja con ganas de más.