Hace unas semanas veía en las redes a una persona echando en cara a otra que interpretase El señor de los anillos de Tolkien como, me parece recordar, una advertencia contra el totalitarismo. Su argumento era que el autor siempre había huido de las interpretaciones de su obra y que afirmaba que esta no tenía significado alguno fuera de sí misma, de lo que ocurría en ella y de lo que contaba.

Podríamos empezar afirmando que, en realidad, lo que el autor opine sobre su obra y cómo debe interpretarse esta es totalmente irrelevante. No voy a ir aún por ese camino, aunque es esa mi opinión. Básicamente porque prefiero recorrer el sendero de apoyar la visión de Tolkien sobre su propia obra… entre otras cosas porque en el fondo está defendiendo lo mismo que yo acabo de decir; me temo que la persona que afirmaba que El señor de los anillos no era interpretable no ha entendido muy bien lo que afirmaba el creador de la Tierra Media.

Tolkien odiaba con toda su alma la alegoría. Es uno de los motivos por los que acaba abominando de la trilogía de Narnia de su amigo C. S. Lewis; la obra de este es una alegoría cristiana tan evidente y poco sutil que casi no deja espacio abierto a la interpretación por parte del lector.

Quedaos con esa frase: «la interpretación por parte del lector».

Tolkien decía sobre la alegoría:

I cordially dislike allegory in all its manifestations, and always have done so since I grew old and wary enough to detect its presence. I much prefer history – true or feigned– with its varied applicability to the thought and experience of readers. I think that many confuse applicability with allegory, but the one resides in the freedom of the reader, and the other in the purposed domination of the author.

Detesto con toda el alma la alegoría, se manifieste como se manifieste; la he detestado toda mi vida, desde que el momento en que fui lo bastante mayor para detectarla. Prefiero con diferencia un relato —sea real o ficticio— que se adapte al pensamiento y la experiencia de los lectores. Son muchos los que confunden esa adaptabilidad con la alegoría, pero mientras que la primera hunde su raíces en la libertad del lector, la otra las clava en la voluntad deliberada del autor.

Hay otros textos de Tolkien sobre el tema en los que ahonda más en el asunto. En concreto, en el prólogo que escribió para la primera edición americana en bolsillo de El señor de los anillos (y que suele reproducirse hoy en día en todas las ediciones) habla de que no hay la menor intención por su parte de que su novela refleje o hable de asuntos del mundo real, pasados o actuales. Al mismo tiempo, reconoce que el escritor no puede huir de su experiencia vital y que, de un modo u otro, la reflejará en su obra.

Pero al decir eso, Tolkien no está negando la posibilidad de que el lector interprete su obra. Está negando la idea de que haya una interpretación válida por encima de las demás, cosa totalmente distinta.

Volvamos al párrafo mencionado. La diferencia entre alegoría y adaptabilidad (o aplicabilidad, como se ha traducido en ocasiones).

Una alegoría es, básicamente, una metáfora hipertrofiada. Lo que el autor describe en el libro es una metáfora de lo que él desea y no puede ser otra cosa. La novela es un significante que tiene un único significado válido, aquel que el autor le ha asignado. No puede tener otro. Y si alguien intenta darle otro, no ha entendido el texto

No voy a entrar en todos los problemas que hay en esa falsa asunción de que en todo momento el autor controla las riendas de las connotaciones textuales de lo que escribe o que conoce a la perfección lo que su mente está poniendo en la página en blanco. Basta pensar medio segundo para darnos cuenta de que eso es una tontería.

De lo que pretendo hablar aquí es de que, aunque no fuese una tontería, no importaría un pimiento.

Tolkien nos habla de un relato que es capaz de adaptarse al pensamiento y la experiencia de los lectores. Es decir, la novela establece un diálogo con quien la lee y, dado que cada persona que la lee es distinta, la conversión final será diferente. El autor podía tener en mente A, B y C cuando la escribió (o eso pensaba él), pero el lector, a partir del texto extrae nada de A, un poco de C y un montón de D y M. Porque su forma de ver el mundo y su experiencia vital lo llevarán a mantener una relación con el texto que no tiene nada que ver con la que mantiene quien lo creó y, por tanto, no leerá lo mismo ni extraerá las mismas interpretaciones.

Tolkien no afirmaba que su novela no pudiera ser interpretada como un aviso contra el peligro nuclear, contra la rapacidad tecnológica o contra la doblez de los políticos que, proclamando tener un noble propósito, destruyen el mundo en el proceso. Por supuesto que El señor de los anillos puede leerse así, y de cientos de maneras distintas. Lo que dice Tolkien en el fondo es que no hay una interpretación única y válida de El señor de los anillos, como sí la habría en el caso de haber tenido un propósito alegórica.

Ahí es donde creo que Tolkien se equivoca un poquito. Incluso una alegoría puede ser interpretada de forma diferente a como pretendía su autor. Porque, como decía al principio de estas líneas, lo que pretenda el autor es irrelevante. Lo único importante es el texto final y el diálogo que este establece con el lector. Y, por mucho que el autor tenga perfectamente claro lo que quiere decir (cosa que no es cierta ni de lejos, en general), lo que quiere decir y lo que ha dicho son cosas distintas. Y lo que ha dicho y lo que significa eso que ha dicho, también, y varía con cada lector.

«Una novela es una máquina de generar interpretaciones.» Así la definía Umberto Eco hace unos cuantos años. Y tenía razón. Y sospecho que Tolkien habría estado de acuerdo con él.

Así que, sí, es perfectamente posible sostener que el El señor de los anillos significa esto, lo otro o lo de más allá… siempre que cada uno sea consciente de que significa eso para él, y que lo que significa para los demás es igual de válido.

Einstein dijo en su día que no existían puntos de referencia privilegiados en el universo. Pese a las malinterpretaciones posmodernas de esa frase, no quería decir que todo era relativo sino todo lo contrario: que el universo, se lo mire desde donde se lo mire, es siempre igual.

En arte, en literatura, pasa todo lo contrario. Tampoco hay puntos de referencia privilegiados, pero cada par de ojos que examinan la obra la ven distinta. Y todas las miradas son igual de acertadas y de válidas.

Y sí, la del autor es una mirada más. Ni mejor ni peor que las otras. Ni más certera ni más equivocada, conceptos que carecen de sentido en ese contexto. El autor verá lo que su propia experiencia le dice que hay en el texto (y, sin duda, parte de esa experiencia habrá sido escribirlo), pero su diálogo con su propia obra no es más correcto que el de cualquier otro lector.